miércoles, 31 de octubre de 2012

Sandy (III)

El espectáculo en cuestión fue más bien flojo, lo admito. Nada de ríos corriendo furiosamente calle abajo, ni coches flotando, ni neoyorquinos volando con sus paraguas cual Mary Poppins. Nuestra zona sobrevivió a Sandy con la misma indiferencia que si se hubiera tratado de una tormenta normal y corriente. Mi ama dice estar profundamente decepcionada.



Mientras, en otras partes de Manhattan cientos de miles de personas se quedaban sin electricidad y se dedicaban a jugar a las cartas a la luz de las velas. Mi dueña, con su extravagancia habitual, les envidia un poco porque su noche no tuvo absolutamente nada de emocionante. Le parece indecoroso haber pasado una de las mayores tormentas de la Historia de Nueva York viendo series. Como tiene un punto de romanticismo decimonónico le resulta más poético pensar que podría haber compartido la misma oscuridad con otros muchos neoyorquinos. Habría sido una gran anécdota para contar a los nietos que quizás nunca tenga. En cambio yo, que soy mucho más prosaica, me alegro de que nuestra nevera siga funcionando. Y eso que me alimento de frutos secos.

A pesar de que la insensata de mi humana no esté conforme con su experiencia meteorológica, por mi parte opino que su endiablada buena estrella ha vuelto a sonreírle. La carambola que la condujo hasta este apartamento la ha resguardado también de la tempestad y creo que debería sentirse afortunada por ello. Desde luego yo no habría deseado estar en la piel de mis primas de Central Park ayer por la noche. ¿De verdad acabo de escribir eso? ¡San Quercus me asista, espero no estar domesticándome!

Las ardillas somos poco dadas a la efusividad porque hemos aprendido a desconfiar de los humanos, pero por esta vez quiero dejar de lado mis recelos habituales para romper una lanza a su favor: saben cuidar los unos de los otros. En las últimas 72 horas he perdido la cuenta del tiempo que ha pasado mi ama respondiendo a e-mails, mensajes por Facebook, llamadas por Skype, conversaciones de msn y mensajes de texto. He sabido que del otro lado del océano, en un huso horario distinto, hubo llamadas telefónicas a sus padres interesándose por ella y me consta que desde el domingo este blog ha batido su récord de visitas. Por tanto, me gustaría darles las gracias a cada uno de esos bípedos que han estado pendientes y preocupados por nosotras, aunque desconozca los nombres de todos ellos.

Quizás no sea todavía una experta en huracanes devenidos en tormentas tropicales, pero en estos tres días de reclusión he aprendido que para las personas la distancia es solamente un concepto geográfico, no mental.

Gracias.

 
Fe de erratas: Dice mi ama que más me vale que explicite que el agradecimiento también va en su nombre, o de lo contrario me vuelve a castigar sin ordenador. En ocasiones me pregunto cómo bellotas se ha granjeado el cariño de tantos humanos, si a veces no hay quien la aguante…

martes, 30 de octubre de 2012

Sandy (II)

Pasar un día entero sin salir de casa es una tortura para una ardilla. No puedo decir lo mismo de mi ama, que parece perfectamente satisfecha con la situación. Se levantó a las 11 de la mañana, desayunó tranquilamente leyendo una novela y se pasó la tarde pululando por el apartamento como si no sucediera nada en absoluto.

Bueno, lo cierto es que de momento efectivamente no ha pasado nada. El día ha transcurrido con total normalidad y si no fuera porque mi dueña no ha ido a trabajar me habría costado diferenciarlo de una típica jornada invernal: algo de viento, un poco de lluvia fina y gente con chubasqueros, katiuskas y paraguas. He de confesar que llevo todo el día pensando que llamarle huracán a esto es tomarse unas cuantas licencias poéticas. Según lo que he leído en la prensa por encima del hombro de mi ama, parece ser que lo peor está todavía por llegar.

Quizás tengan razón. Desde hace una hora el viento sopla con más fuerza y a ratos la lluvia arrecia, aunque ahora que ha anochecido me resulta difícil apreciar los detalles de la calle desde nuestra ventana cuajada de gotas. Algo acaba de relampaguear intensamente detrás del puente que cruza el río, y a lo lejos se escucha la alarma de algún coche que debe de estar siendo vapuleado por las ráfagas de aire. Contrariamente a lo que se suele escribir en los relatos de terror, el viento traído por Sandy no aúlla ni ulula, sino que produce un sonido sordo y grave.

La lámpara ha parpadeado un par de veces, pero por el momento seguimos teniendo electricidad. Mi ama ha comentado en un murmullo que hay varias zonas de Nueva York que se han quedado sin luz. Por ahora Manhattan no tiene cortes. Conociéndola, debe de estar haciendo apuestas consigo misma sobre el tiempo que tardaremos en quedarnos a oscuras. Dado que la función está por comenzar, supongo que habrá que aguardar al tercer parpadeo.

Estoy tentada de ponerme a hacer palomitas y sentarme frente a la ventana a ver el espectáculo.

lunes, 29 de octubre de 2012

Sandy

Hoy ha sido un día extraño en Nueva York. Llevo todo el día escuchando a mi ama y a su compañero de piso hablar de que se acerca un huracán, aunque ninguno de los dos parecía excesivamente preocupado. Mi dueña ya pasó por uno hace años y se lo toma con filosofía. Yo, en cambio, no dejo de imaginármela volando por los aires como Dorothy en El Mago de Oz. Conmigo en el papel de Totó, desde luego, que soy bastante más mona.

Cuando salimos a la compra me di cuenta de que yo no era la única inquieta, y que más bien era mi ama la que iba contracorriente. En la farmacia y el supermercado había colas quilométricas formadas por bípedos de todos los tamaños, colores y sabores cargados hasta las cejas de botellas de agua, latas y materiales de emergencia. Mi dueña murmuró algo sobre crear alarmas periódicas en la población para provocar picos de consumo de bienes con relativamente baja demanda, pero yo no tenía ganas de escuchar teorías económicas conspirativas porque estaba empezando a contagiarme de la agitación general. No olvidemos que un roedor es bastante más liviano que un simio.
Ya en casa, mi dueña recibió un correo electrónico de su empresa advirtiéndola de que mañana no debe ir a trabajar, aunque de todos modos dudo mucho que hubiese podido llegar hasta la oficina si los transportes públicos llevan paralizados desde las 6 de la tarde de hoy. Ante semejante estado de cosas me figuré que mi ama adoptaría un comportamiento un poco más circunspecto y solemne. ¿Y qué hizo ella mientras media Manhattan cubría sus ventanas con paneles de madera? ¡Salmón en papillote y albóndigas! Si nos ahogamos, al menos lo haremos bien alimentados.  

En estos momentos son casi las 10:30 de la noche y fuera la calle está completamente desierta. En la distancia se ven coches atravesando el puente sobre el río, de modo que si no fuera por la ausencia total de bípedos parecería un domingo cualquiera. Los árboles de nuestra acera apenas se mueven, y no hay ni rastro de lluvia por ninguna parte. En unas horas comprobaremos cómo de profunda es la calma que precede a la tempestad.
Por el momento supongo que lo único que se puede hacer es esperar, así que yo también he decidido tomármelo con algo de humor.


Por cierto, siempre me he preguntado quién le pone los nombres a los fenómenos meteorológicos. Debe de ser un trabajo apasionante.

Painting the town red

[Aviso: este post es inusualmente largo]

Por fin, mi ama decidió perdonarme el viernes pasado. No sé por qué estaba de tan buen humor, pero pasó mucho rato sentada ante el ordenador con los ojos muy brillantes. Cuando levantó la vista y me vio hecha un ovillo sobre la cama me sonrió y simplemente hizo un gesto con la cabeza en dirección al portátil. Así pues, ¡he vuelto!
En estas dos semanas de silencio he aprendido muchas cosas sobre los humanos. Entre ellas, que tienen maneras muy peculiares y originales de divertirse. Aventurarse en la noche neoyorquina dentro del bolso de mi ama es zambullirse directamente en lo inesperado y, a veces, desconcertante. ¡Pasen y vean!

Situémonos, por ejemplo, en un jueves cualquiera. Mi dueña sale de trabajar con su abrigo y su mochila, y se encuentra con un bípedo que me resulta familiar. Juntos pasean por un sinfín de calles salidas de un plató de cine puesto que en realidad muchas lo son. Cuando me quiero dar cuenta mis dos humanos se han cansado de callejear y están sentados en una minúscula mesa a la luz de una vela. Parece el escenario de una película francesa, si no fuese porque de pronto se escucha una voz rasgada quebrando el murmullo de la sala. Me asomo disimuladamente y descubro a un hombre de negro cantando historias tristes al son de una guitarra. En español. Poco después me enteraría de que esa música se llama tango y que también se puede bailar, aunque con lo patosa que es mi dueña me alegro de que se quedase quietecita en su silla.
Cambiemos de escenario. Ahora nos hallamos en un viernes ventoso y otoñal, y mi dueña ha salido a cenar con otras tres humanas. De pronto, las cuatro se detienen ante un edificio de aspecto ruinoso y aparentemente vacío. Aguardamos unos minutos, hasta que un portero nos pide las identificaciones. Tengo que puntualizar que el equivalente de los 21 años americanos para nosotras las ardillas es aproximadamente un año y medio, así que mi ama me ha conseguido un carnet falso para poder colarme en los locales nocturnos. Una vez dentro, nos encontramos con unas escaleras descendentes. En ese momento empiezo a preguntarme en dónde me estarán metiendo, pero lo averiguo a los pocos minutos: ¡en los años 20!

El lugar en realidad es una coctelería con aire clandestino en la que los humanos tras la barra visten chaleco y camisa, y las camareras llevan faldas de tubo y flores en el pelo. La música es suave, la luz tenue y la atmósfera parece salida directamente de los años de la Ley Seca. Preparan prácticamente cualquier mezcla que se les pida, y para los indecisos hacen bebidas a medida. Además no cobran los cócteles sin alcohol, con lo cual mi ama está encantada con el sitio.
Prosigamos la noche. Viajar en el tiempo es una ocupación fascinante, pero ¿qué hay de bailar al ritmo de la música de los años 80 y 90 en una peluquería? Con sus secadores de pelo y sus sillones correspondientes, por supuesto. Y por si esto supiese a poco, por $10 tienes un Martini y una manicura. En estos momentos soy la ardilla con las garras más cuidadas de toda Nueva York.

Imaginémonos ahora una velada distinta. Una velada exótica, en la que cuatro humanos celebran algo junto a mi dueña. Aunque no se me permite probar la comida – para variar – el aire huele a canela y hierbabuena. Al rato nos hallamos en un local cargado de humo perfumado y por las rendijas del bolso de mi ama consigo ver a una bailarina vestida de rojo dibujando infinitos en el suelo. El festejo continúa con una fugaz visita a un lugar donde varios simios se dedican a destrozar canciones, y como mi ama y sus amigas llegan cuando están a punto de cerrar, el broche final lo ponen las tres juntas versionando Empire State of Mind en plena calle. Mientras, yo me arrebujo en el bolso y me tapo las orejas con la esperanza de que terminen su actuación antes que alguien nos lance un tomate.
Avancemos un poco y pongámonos a finales de octubre. Un huracán se aproxima y en espera de su llegada es obligatorio aprovechar los últimos retazos de buen tiempo que quedan. Por eso mi ama y una amiga han optado por ver la ciudad desde arriba. Concretamente desde un piso 20 situado justo frente al Empire State. Incluso yo, que estoy acostumbrada a trepar a árboles altos, contengo la respiración unos segundos. Realmente estamos en Nueva York, pienso incrédula. Enseguida mi atención se desvía y me fijo en unas perchas con unas prendas rojas colgadas. Conforme avanza la noche descubro que son batas a disposición de los clientes frioleros cuyos abrigos no son tan gruesos y calentitos como el mío.

Empire State (of Mind).

Ahora bien, los humanos no solamente hacen cosas raras por la noche. Tampoco sienten ningún embarazo en comportarse como lunáticos a plena luz del día.
En esta ocasión mi ama se encuentra en el Bronx con otros tres bípedos y los cuatro llevan auriculares. Hasta ahí todo normal dado que en NY la gente vive conectada a sus iPods. Sin embargo, de improviso mi manada y muchos más humanos empiezan a moverse de forma aleatoria. Levantan manos, golpean la hierba con los pies, se tiran al suelo, se echan a correr, se esconden detrás de los árboles, hinchan y explotan globos o se ríen a carcajadas sin que nadie sepa por qué. Lo más inquietante es que todos lo hacen al mismo tiempo, como si estuvieran teledirigidos.

Al cabo de una hora de sinsentido, una banda de música surge de la nada y conduce a todos los bípedos hasta el final del parque a donde los ha llevado su locura transitoria. Por fin llego a la conclusión de que mi dueña y sus acompañantes han participado en un experimento sonoro aunque yo (y todos los que los observaban) pensase que se habían vuelto majaretas. A ver qué hago yo si la tarambana de mi dueña pierde la chaveta en un país extranjero: las opciones de repatriación de ardillas son más bien escasas.
A fecha de hoy, mis dudas sobre la salud mental de mi ama todavía persisten. El decorado esta vez es muy distinto de los anteriores. Mi dueña me ha llevado en tren hasta una granja a las afueras de la ciudad, donde una multitud de bípedos se han reunido para realizar actividades otoñales como montarse en tractores llenos de paja, recoger calabazas, beber mosto de manzana y acariciar animales domésticos. Por cierto, al parecer las alpacas entran dentro de esa categoría. Ardillilmente me parece muy divertido que los bípedos urbanitas encuentren pintoresco recorrer un campo en tractor porque estoy convencida de que la actividad perdería todo su encanto si tuviesen que subirse a él a diario para retirar paja de verdad.

Las alpacas como animales domésticos americanos.
El compost también.

Calabazas. Los humanos parecían fascinados con ellas.

En cualquier caso, mi dueña no se queda atrás en espíritu otoñal porque cuando miro a mi alrededor ya ha organizado una de las suyas. ¡No se le ha ocurrido mejor idea que meterse en un maizal! O más bien, en un laberinto dentro de un maizal. Le han dado una hoja con acertijos que tiene que ir resolviendo mientras recorre el laberinto en busca de la salida, y así se pasa un buen rato con otras dos bípedas tan entusiasmadas como ella. De verdad, por mucho que me esfuerce por entender a mi humana creo que hay cosas que jamás comprenderé. No tengo nada en contra de que se integre en el modo de vida de este país, pero eso de que se dedique a corretear entre mazorcas me preocupa un poco. Creo que su síndrome de abstinencia por falta de castañas está empezando a afectarla.
Maizal con humanos extraviados en su inmensidad.
Las banderas son por si se pierden demasiado.

Como la vida campestre puede resultar agotadora, mi ama decide entonces descansar visitando a una antigua conocida a la que todavía no ha presentado sus respetos. Para ello me arrastra a la orilla de la bahía y me sube a un barco enorme plagado de incontables humanos armados con cámaras de fotos. Al cabo de un ratito veo que ella también se concentra en fotografiar algo en la distancia, y descubro que en lontananza hay una señora con una corona y una antorcha que nos observa impasible.  No acabo de ver el motivo por el que todo el mundo se afana por retratarla porque en realidad no es tan guapa. A lo mejor es porque va vestida de forma extraña. 
Señora con libro, corona y sin sentido de la moda.

Resumiendo: he llegado a la conclusión de que en este rincón del mundo prácticamente todo es posible. Se puede viajar a Buenos Aires un jueves cualquiera a las 20:30, dar un salto al pasado, perder la cabeza escuchando un mp3 o resolver enigmas entre paredes vegetales.

Y siempre, siempre, es imprescindible lucir unas uñas impecables.

lunes, 15 de octubre de 2012

Atonement

Es domingo por la tarde en Nueva York. El viento sopla con un poco más de calidez que en los últimos dos días y en el salón de casa resuena Beirut. Mi ama está ocupada limpiando, y yo he aprovechado que se ha dejado el ordenador encendido para acercarme a él sibilinamente y escribir esta breve nota.

Mi dueña me ha castigado. En un descuido mío ha descubierto el blog, ha leído todas las entradas y se ha molestado conmigo. Le ha parecido especialmente indiscreto que publicase October Tenth a mediados de la semana pasada, aunque yo diría que lo que realmente le ha dolido es que criticase su talento literario. En represalia, ha cambiado todas las contraseñas de acceso al sistema operativo, y llevo desde entonces intentando crackearlas. De Houdini a hacker en tres semanas, qué cosas.

Creo que tendré que ir a recolectar unas cuantas castañas para ponérselas bajo la almohada, a ver si así me perdona. Prometo seguir escribiendo en cuanto pueda.
 
¡Desconecto, que viene!

miércoles, 10 de octubre de 2012

October Tenth

Con tanto respirar humo del metro y beber cloro en la piscina creo que la buena de mi ama está perdiendo la chaveta. Ya no le basta con hablarme en sueños sino que además ahora le ha dado por escribir sinsentidos. Malísimos, por cierto. ¡Si Benedetti levantara la cabeza…!

October Tenth

Todo empezó a medianoche.
Lo recuerdo. Parecían las seis.
Hacía frío a doscientos sesenta metros del suelo
y la luz se refugiaba en un gigante de hierro y cristal
a la espera del alba.
Un chai latte dibujado en tinta azul
sobre un cuaderno castaño
fue testigo del violeta en tu bolsillo,
contagiado por la calma soleada
del laberinto de espejos.
Después, una brújula apuntó hacia el extravío
y el extrañamiento extemporáneos.
A lomos de un ornitorrinco,
la antorcha inmóvil de una gran dama
iluminaba el silencio del agua
inmune a los flashes;
estrellas urbanas titilaban a lo lejos,
gélidas y hermosas.
El día duró treinta horas. Lo recuerdo
porque esa noche aprendí
que la vida cobra caro su presente:
te arrebata a una persona,
                                            te concede una ciudad.
10/10/10 12

domingo, 7 de octubre de 2012

Opening Night

Anoche acompañé a mi ama a una inauguración. Como no cabía en su bolso de fiesta me puse mis mejores galas, me atusé cuidadosamente el pelaje y me limpié minuciosamente las garras.

Cuando llegamos ya había anochecido. Nuestro taxi nos dejó justo delante de un curioso edificio blanco de formas curvas rodeado de gente elegante. Dentro había música, un bar y muchos más simios, así que me costó un poco formarme una idea de en qué clase de lugar me encontraba. Mi ama, en cambio, parecía inusualmente ilusionada.

Nada más llegar la recibió una dama, redondeada y familiar, con un vaso de ofrendas en su mano derecha. Era solamente el inicio de lo que estaba por venir. Mientras ascendía por la rampa se fueron desplegando un sinfín de obras bicromáticas, un paréntesis delimitado entre una mujer planchando y un beso apasionado.

Ella las iba saludando a su paso con una leve inclinación de cabeza como si de viejas conocidas se tratase pues, de hecho, algunas lo eran. No podía evitar sentirse emocionada al volver a ver a aquellas amigas que la habían protegido y cuidado durante los últimos dos años y que ahora se reencontraban con ella en Nueva York para traerle lo mejor de su pasado y recordarle que no estaba sola. Que apenas unas semanas antes habían estado ante los ojos de las personas a las que había dejado atrás y se habían traído sus miradas prendidas a su superficie. Por eso se le pusieron los ojos más brillantes de lo habitual cuando se topó con su caballo favorito. Eran lágrimas furtivas de alegría e incredulidad por hallarse en aquel espacio, pero también de agradecimiento y nostalgia. Una casualidad afortunada que era también un pequeño milagro: el eslabón perfecto para unir dos realidades.

Miraba, también, a los tres bípedos que la acompañaban y pensaba en la suerte que tenía de poder compartir aquella experiencia con otros seres humanos que le devolvieran la sonrisa y con los que poder intercambiar lo extraordinario de encontrarse allí, en aquel edificio extraño pero cautivador, en aquella ciudad de oportunidades y sueños. Y en ese momento no importaba lo que estuviera por llegar porque aquel instante era perfecto por sí mismo.

Creo que lo que le sucedía a mi ama, simplemente, es que anoche era feliz.

 
[Yo, en cambio, todavía estoy intentando entender qué bellotas es eso del Cubismo].

NYC for Dummies (II)

En su segunda semana en NYC, mi ama ha aprendido lo siguiente:
  •  "Split the lane?” Es lo más romántico que te pueden decir en una piscina neoyorquina. Casi tanto como “¿Ghastas pista?”.
  • El azafrán es un artículo de lujo.
  • Los ángeles guardianes existen de verdad.  Lo desasosegante es que su existencia denota que son necesarios.
  • Una rejilla de metal sobre un hornillo no es lo mismo que un horno tandoori.
  • El tamaño de las porciones en un restaurante es inversamente proporcional a la cantidad de velas que lo iluminen.
  • Jamás te fíes de un autobús neoyorquino. Podrías aparecer en algún punto indeterminado de Harlem a donde ningún metro ha llegado jamás.
  • Ir en taxi puede ser lo más próximo a una experiencia cercana a la muerte
  • El Ayuntamiento de NYC ahorra en iluminación urbana para que las mujeres con tacones vivan en permanente riesgo de desnucarse.
  • En todos los países hay céntimos tirados por el suelo. En USA van tan holgados que hasta arrojan billetes de un dólar.

 

YMCA

Apostaría a que lo primero que viene a la mente de cualquiera que lea el título del post es esto cuando en realidad a lo que se refiere es a esto otro. En otras palabras, mi ama nada dentro de una de las canciones icónicas de los años 70. Tal cual. Y tengo que admitir que mi faceta retro (esa que admira la elegancia de la ardilla gris de Bambi igual que los bípedos veneran a Audrey Hepburn) adora la idea.

El caso es que después de imaginarme a mi dueña nadando con un penacho de plumas en la cabeza, mi lado curioso decidió bucear un poco (nunca mejor dicho) y esto es con lo que me he topado. ¿Soy la única que lo encuentra deliciosamente irónico?

Pero en el YMCA no se conforman solamente con ejercitar tu cuerpo sino que también procuran que mantengas la mente despierta. En las duchas, por ejemplo, te proponen acertijos. Un visitante poco espabilado podría pensar que cuando el mando gira hacia la sección en rojo con una H marcada debería salir agua caliente. Eso sería demasiado sencillo. En YMCA el incentivo reside en adivinar qué ducha tiene mandos que se corresponden con la realidad y qué duchas funcionan justamente a la inversa. Las gozosas expresiones de los avezados nadadores cuando reciben un chorro de agua helada en plena cara avalan claramente la efectividad de este método.

Mens sana in corpore gelido.

Saturday Night Fever

Nosotras las ardillas somos animales diurnos y por lo tanto nos movemos en función de la luz solar. De lunes a domingo. Los bípedos en cambio son bichos diurnos de lunes a viernes y nocturnos el fin de semana. No sé cómo pueden haber llegado a la cúspide de la pirámide evolutiva con semejante descontrol de biorritmos.

El sábado por la noche mi ama salió a reunirse con otros dos bípedos del otro lado del puente de Brooklyn. La idea era visitar un festival de las artes que se celebraba allí al lado, pero como quedó suficientemente demostrado durante la velada, una cosa es lo que los bípedos planean y otra muy distinta es lo que finalmente acaba sucediendo.

La primera prueba fue encontrarse. No puede ser tan difícil, pensaba yo. Pero me equivocaba. La estación tenía tantas salidas que tras varias llamadas, unos cuantos mensajes y no pocas vueltas finalmente mi dueña y los dos bípedos acabaron citándose en el propio andén del metro porque por el medio se produjo un cambio de planes y se canceló lo del festival. Cuando me quise dar cuenta mi ama estaba en el Soho esperando por un tercer humano. Con lo sencillo que es quedar bajo el segundo árbol a la derecha…

La segunda prueba fue cenar. Habiendo cientos de sitios, lo complicado sería no hacerlo, seguía pensando yo. Pero tampoco. Mi dueña y los tres bípedos iniciaron un peregrinaje que los llevó prácticamente hasta Little Italy sin toparse por el medio con ningún lugar digno de consideración. Finalmente - por desesperación - optaron por un local chiquitín pero coquetón. Craso error. Se trataba de un lugar en el que los platos tenían las dimensiones de lo que en España sería una tapa. Salieron con tanta hambre que en cuanto encontraron un lugar abierto se compraron un par de muffins. Esta vez mi ama se apiadó de mí y me dio unas miguitas con disimulo.

La tercera y definitiva prueba fue tomarse algo. Para entonces yo ya no hacía suposiciones. Lo que siguió a la cena fue algo que mis humanos denominaron deriva urbana, cuando en mi árbol eso se conoce como vagar sin rumbo por calles desiertas. ¿No se supone que Nueva York es la ciudad que nunca duerme? Pues aquella zona debía de ser narcoléptica.

Por fin, MacDougal Street se abrió ante ellos y allí encontraron un local que proyectaba películas mudas y tenía las mesas hechas de pizarra para que los clientes dibujasen o escribiesen. La velada entonces se transformó en una partida de ahorcado con películas ambientadas en la ciudad, y dada la cantidad que hay la noche se alargó bastante.
Foto por cortesía de uno de los bípedos.
Lo malo del plan fue que la partida era solamente para bípedos así que yo me quedé encerrada en el bolso sin poder meter baza. Para resarcirme dejo aquí mi aportación. ¿Quién quiere jugar conmigo?

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