jueves, 31 de octubre de 2013

Addio

Cara Venezia,

Octubre agoniza y con él nuestra estancia entre tus piedras ruskinianas. Apuesto a que no sabías de la existencia de ardillas migratorias que viajan al oeste con la proximidad del invierno. Yo tampoco.

Despedirse de ti es tan imposible como intentar frenar el curso de tus aguas entre mis garras y por ello renuncio a hacerlo. No hay palabras ni fotografías suficientes para capturarte a pesar de que paradójicamente seas una de las urbes más retratadas y descritas del planeta. Los simios siempre se empeñan en embarcarse en empresas imposibles.

No, no me despido, porque no me siento siquiera capaz de intentarlo. En lugar de eso voy a confesarte un pequeño secreto que tal vez te sorprenda: llegamos dispuestas a odiarte. Yo, como sabes, vine buscando un pueblecito suizo, mientras que mi dueña se esperaba una ciudad de calor pegajoso, mosquitos insaciables, turistas desagradables y completamente pagada de sí misma. Sí, también eres todo eso, pero no caímos en la cuenta de que nuestras expectativas hacían alusión a la tramoya en lugar de al decorado. Tú, la de verdad, nos pillaste desprevenidas.

Fue un viernes de mayo, regresando a casa de madrugada. Tú ronroneabas y nos guiñabas un ojo cada vez que cruzábamos un puente o te burlabas de nosotras repitiendo el rumor sordo de nuestras pisadas. Estábamos solas; San Marco parecía un escenario postapocalíptico y toda tú dabas la sensación de haberte pinchado un dedo con una rueca. El agua de tus canales parecía haberse convertido en un espejo sin azogue. Fue entonces, cuando te revelaste real y tangible, frágil y vulnerable, cuando nos enamoramos irremisiblemente de ti.

Después vendrían los domingos perezosos bajo las sábanas, arrulladas por campanas y trinos de aves, los paseos interminables sin rumbo fijo con un cuaderno y un bolígrafo azul escondidos en el bolso, las horas sentadas en las escalinatas de la Salute, los rincones improbables y los ángulos imposibles, los atardeceres en el Canal Grande, la luz amarilla de Sant’Alvise, los juegos de pistas con leyendas y espíritus de otro tiempo, el equilibrismo aguardando vaporetti, los sonidos apacibles del oleaje y de los remos en el agua, las ganas de bailar en el centro de la Piazza al son de la orquesta del Florian, las brumas que engullen puentes, algunos sueños de papel y la sensación de habernos vuelto, sin darnos cuenta, un poco parte de ti. No digas que tú no nos has querido, aunque fuera por un instante. Sabemos que es falso.

Descuida, no obstante: no aspiramos a que nos recuerdes. Los reflejos sobre la corriente jamás permanecen y nosotras éramos conscientes de nuestra transitoriedad. Tienes demasiados amantes cortejándote como para echarnos en falta. No somos avezadas viajeras, ni brillantes compositoras, glamurosas cortesanas o talentosas literatas. Nos diluiremos, porque eso es lo que sucede cuando los seres humanos salinos, como mi dueña, entran en contacto con el agua. Pero hoy no. Esta noche todavía no.

Antes de desvanecernos mereces saber que ostentas el honor de ser de las pocas ciudades en las que mi ama podría vivir sin sentir que sale perdiendo respecto a su ciudad natal. Y eso, para ella, es el nivel más alto al que puede llegar una estructura urbana. A fin de cuentas, vuestra principal diferencia es que en una el agua está bajo tus patas mientras que en la otra te cae sobre la cabeza permanentemente. Mereces saber que tu luz, tu silencio y tu paz son contagiosas (de hecho, tengo la teoría de que las camisetas a rayas blancas y azules de los gondoleros no son otra cosa que una representación estilizada de tus calles y tus canales, pura ósmosis) y que, en cierto sentido, para nosotras has sido como una especie de abuelita encorvada y venerable a la que arropar, escuchar pacientemente y sobre todo de la que aprender.

Esta noche mi ama y yo te diremos adiós en el único lugar posible: bajo el Campanile, a medianoche, escuchando los doce toques de una de las campanas más antiguas del mundo. Mientras la Marangona recibe a un día que ya no nos pertenecerá te daremos de nuevo las gracias por adoptarnos y cuidarnos, por colarte en nuestra habitación y cotillear en el cuaderno de mi dueña para cumplir casi toda su lista de deseos disparatados. Gracias por compartir todo lo que eres con nosotras sin pedirnos nada a cambio, supongo que porque intuyes que no tendríamos jamás palabras suficientes para saldar nuestra deuda.

Lo frustrante de las ciudades es que no hay patas que las abarquen enteras para poder abrazarlas. Por eso, si cuando volvamos a casa por última vez, entre calli oscuras y silenciosas, percibes que la marea es más alta y salada de lo habitual, puedo asegurarte que no será culpa de la luna llena.

Mi raccomando, stammi bene.


miércoles, 30 de octubre de 2013

Invidia

Envidio a los turistas y a los estudiantes, y en general a cualquier recién llegado que todavía no se atreve a tutearte.

Envidio a los gondoleros que encadenan un ghe sboro tras otro.

Envidio a todo aquel que puede emplear palabras como traghetto, sarde in saor, nizioletto, bricole o forcola sin sentirse completamente fuera de contexto.

Envidio a los viandantes locales que recorren tus calles sin fijarse en este o en aquel rincón dolorosamente hermoso.

Envidio a los habitantes que se parapetan tras ventanas de arcos apuntados, resguardados a la luz de sus bombillas.

Envidio a los encargados de atracar cada vaporetto, a los taxistas, a los patrones de barcas de mercancías.

Envidio a las farolas, a los bancos, a los palacios y a las iglesias que no tienen que mudarse a ninguna parte.

Envidio a quien no tiene prisa, ni fechas límites, ni caducidades, ni maletas que no saben abrazar.

Envidio hasta a las ratas, porque ellos son roedores autóctonos que me recuerdan que yo no lo soy.



martes, 29 de octubre de 2013

Messaggio in bottiglia V (e mo basta)

La ciudad de la amnesia flota serena sobre un océano de indolencia, similar a un estanque de mercurio. Duerme un sueño sin remordimientos, en un letargo pre-invernal, ajena a presentes, pasados y futuros. En tiempos gramaticales simples.

La ciudad sin memoria no recuerda a quienes hollaron sus piedras a través de los siglos. Los olvida en cuanto abandonan sus islas, en cuanto una barca se los lleva o un avión se despega de la pista. Sus pisadas desaparecen del pavimento apenas las lame la marea. Las placas de las paredes son los antecedentes marmóreos del post-it.

De no ser por los nizioletti, la ciudad de la(s) laguna(s) a duras penas sería capaz de recordar sus propios nombres. A fin de cuentas muchos se parecen, por no decir que son iguales. Quién podría culparla. Por eso se repintan periódicamente, para que no se pierda dentro de ella misma.

La ciudad desmemoriada es, también, la ciudad evanescente. La ciudad difuminada y borrosa, cuyas calles se entremezclan y reescriben caprichosamente en la memoria de quien no las recorre con frecuencia. Es una urbe que se desvanece de los recuerdos nítidos para convertirse en una sucesión de sensaciones, rumores, emociones. Se vuelve incorpórea e intangible en la distancia y en el tiempo.

No te engañes. Tú también olvidarás los nombres de sus calles y campos, tú también confundirás puentes y canales, barajarás recuerdos inconexos y falaces. Jurarás y perjurarás que aquella fondamenta terminaba delante de una iglesia que jamás estuvo allí y te sorprenderás haciendo un esfuerzo para recuperar el nombre de aquel lugar por el que pasabas a diario. La ciudad olvidadiza es líquida incluso en su evocación.

Llegará un día en el que la ciudad se diluirá demasiado, en el que te costará creer en vuestro pasado común e incluso empezarás a dudar de su existencia.  

Entonces, cuando tu memoria y la suya no sean sino intuiciones de felicidades vividas, regresa por fin. 

Venecia te estará esperando.     



 [Mensaje rescatado del Gran Canal a la altura de Campiello del Remer].


sábado, 19 de octubre de 2013

Messaggio in bottiglia (IV)

Tre Storie
Esta historia sucedió hace diez años.
En la primavera de 2004 una joven visitó Venecia con sus amigos. No era su primera visita, pero sí fue la más fugaz. En apenas media jornada se recorrieron los principales monumentos porque el tiempo apremiaba y la carretera los aguardaba, impaciente por devolverlos a una ciudad medieval situada más al sur.
A mediodía se detuvieron a almorzar en uno de los múltiples campos de la ciudad. Un campo como tantos, con su iglesia, su pozo y su puente. Se sentaron al lado del brocal, sacaron sus parcas provisiones y comieron apresuradamente a la sombra del templo. Era domingo, creo.
Venecia se le antojaba entonces a la joven una ciudad caótica, sucia, desvencijada y decadente. Decepcionante. Quizás porque la decadencia solamente puede valorarse adecuadamente cuando se adquiere plena conciencia de que esta también forma parte de uno mismo.
Antes de abandonar aquel campo anodino, con su pozo vulgar y su iglesia intrascendente, la joven decidió echar un vistazo al interior de la misma, por curiosidad. Dentro la aguardaba una sorpresa, pues a la izquierda de la nave central se encontraba la tumba de un escultor que ella había estudiado en sus clases de la universidad. Se quedó tan impresionada por el hallazgo que hizo una nota mental para recordar aquel lugar por si deseaba regresar en el futuro.  
No lo hizo. El torbellino de vida que la envolvía borró de su memoria cualquier nombre propio que pudiera haberla guiado de nuevo hasta allí y, con él, cualquier voluntad de intentarlo.

Esta historia comenzó hace diez años.
El 24 de septiembre de 2003 una joven puso un pie en un avión. No era su primer vuelo, pero sí el más intimidante. Aquel día una de sus amigas cumplía veinte años y poco sospechaban ambas que esa sería la primera de muchas ausencias en futuras onomásticas. Cómo podía imaginarse aquella viajera tímida y aterrorizada que el vuelo que estaba a punto de despegar no tenía como destino Italia, sino que esta era solamente una escala más de todas las que estaban por venir. Cómo podía anticipar que en los siguientes diez años la aguardarían ocho ciudades y cuatro países. Es muy difícil identificar los puntos de inflexión cuando uno desconoce la curvatura de la línea por la que transita.

Esta historia todavía no ha terminado.
Un 25 de abril, día de San Marco, una joven bajó de un autobús con dos pesadas maletas y una mochila a sus espaldas. No era su primera visita a Venecia, pero sí sería la más larga. La ciudad seguía siendo caótica, desvencijada y decadente, y quizás fuese precisamente a causa de todo ello por lo que la joven se vio inmediatamente reflejada en el espejo de sus canales. Alguien le diría, dos meses después, que Venecia y ella se parecían porque las dos estaban hechas de agua. 
Su alojamiento, concertado a distancia, resultó encontrarse en pleno centro urbano, al lado de una iglesia con un campo y un pozo. Porque en Venecia todas, absolutamente todas las casas, están siempre cerca de una iglesia con un campo y un pozo.
Una tarde de mayo, al terminar de comer, la joven y una incipiente amiga salieron a pasear. Era sábado, lo recuerdo. Al pasar ante la iglesia la segunda propuso asomar la cabeza a su interior. Dentro, como un fogonazo blanco, las asaltó el mismo monumento fúnebre que la joven había sepultado entre sus recuerdos brumosos y desvaídos. De todas las casas ante todas las iglesias, de todas las iglesias en todos los campos, de todos los campos con pozos, la joven se había mudado justamente enfrente de aquel.

No obstante, en alguna parte debía de estar escrito que las cosas tenían que desarrollarse de este modo. Sin aquella fugaz visita veneciana posiblemente el poder del hechizo de esta ciudad taimada y lisonjera habría sido mucho más leve porque no hay golpe más inesperado que el que asesta el contrincante que uno presupone débil. Sin aquel avión otoñal, la joven probablemente no habría encontrado el coraje para subirse a todos los aviones que vendrían detrás de él y que, finalmente, acabarían llevándola de nuevo al mismo punto para darse cuenta de que hoy es un poco menos joven, tiene más cicatrices, varias arrugas y algunas canas, pero también es más serena y ligeramente más sabia. La circularidad es una forma de perfección.
Perfecto es, pues, que su década termine en el mismo país en el que comenzó, para que no olvide que allí fue donde aprendió que lo más importante de la vida es no tener miedo a vivirla. Perfecto es que haya aprendido a sumar lugares sin restar personas, y que todos los cabos sueltos – incluso los más esquivos, los más añorados – se hayan atado antes de que abandonase definitivamente la cabullería. Estrenar década con la seguridad de no estar dejándote nada pendiente es uno de los mejores regalos que el universo puede hacerte. 

A su manera, el 19 de octubre de 2013 existía ya en aquella mañana aterradora de 2003 y en aquel delirante fin de semana de 2004. Será divertido descubrir qué otras fechas del futuro se esconden en las efemérides que vengan a partir de ahora.

[Mensaje entregado por una tortuga que deambulaba por Campiello delle Strope pidiéndoles a los transeúntes que la siguiesen mediante mensajes escritos en letras doradas sobre su caparazón].

viernes, 4 de octubre de 2013

Leggenda veneziana

Érase una vez un joven veneciano de nombre Filippo Gentilomo. Filippo amaba ardientemente a una doncella noble, Elisa Contarini. Filippo, que era uno de los caballeros más apuestos al sur de Rialto, cortejó incansablemente a Elisa hasta que esta accedió a casarse con él y, una vez obtenida la aprobación de sus padres, la joven pareja comenzó a organizar el festejo nupcial.

Tres días antes de la boda, mientras Filippo regresaba a casa desde Campiello del Remer, escuchó una voz que lo llamaba por su nombre. La noche era oscura pero serena y Filippo, que siempre llevaba un puñal en el cinto, echó mano a la empuñadura en previsión de encuentros desagradables.

La voz lo guió por calles y callejuelas, puentes y sotoporteghi, hasta el Campiello delle Strope, junto al río de San Giacomo. Cuando llegó, Filippo se topó con una hermosísima doncella de cabellos rubios, tez delicada y ojos como esmeraldas, completamente vestida de blanco.

"Tu boda se acerca, Filippo" dijo ella "Dime, ¿es verdad que amas a Elisa tan fervientemente como juras?".

"La amo más que a mi propia vida" respondió el joven con firmeza.

"¿Estás seguro de lo que dices?" preguntó la doncella de ojos verdes.

"Tanto como de que os tengo delante en este preciso instante".

La doncella entonces lanzó una carcajada desafiante y se esfumó ante los atónitos ojos del joven.

A la mañana siguiente Filippo refirió a sus allegados el extraordinario suceso de la noche anterior, pero ninguno dio crédito a su historia. Los nervios de los jóvenes ante el compromiso, dijeron. Confiésate y escucha misa en i Frari para limpiar tu alma de remordimientos, le aconsejaron.

Así lo hizo el joven, y en efecto en los dos días siguientes los preparativos de los enamorados prosiguieron como si nada pudiese empañar su dicha. La boda se celebraría al amanecer del tercer día en la iglesia de San Trovaso.

Poco antes de la hora convenida para el enlace Filippo recorría las calles rumbo a la iglesia ataviado con sus mejores galas, cuando a la altura de San Barnaba escuchó de nuevo la misma voz melodiosa que lo interpelaba. La hermosísima doncella lo aguardaba junto al sotoportego que conduce a Ca' Rezzonico con una sonrisa dulce, aunque vagamente irónica, pintada en su bonito rostro.

"Entonces, Filippo, ¿aún amas desesperadamente a Elisa?".

"Daría mi alma por ella" replicó él mientras desenvainaba la espada de parada que pendía de su cinto. La doncella rió.

"Guarda tu arma, pues no es de mí de quien debes protegerte" respondió. "Recuerda bien mis palabras: asegúrate de que tu amada y tú atraveséis la misma puerta al entrar en la iglesia, pero deberás ser tú quien pise suelo sagrado en primer lugar".

"Pero eso es imposible" replicó él "Elisa pertenece a los Castellani y yo a los Nicolotti. Cada uno de nosotros debe entrar a la iglesia por una puerta distinta so pena de muerte por parte de la Serenissima".

Como única contestación, la doncella prorrumpió nuevamente en una carcajada sardónica y desapareció por segunda vez de su vista.

Filippo recorrió las calles que distaban hasta la iglesia de San Trovaso con el corazón en un puño. Seguir el consejo del espíritu implicaba una condena a muerte inmediata. Pero, ¿qué podía ocurrir si no lo hacía? Mientras cubría los últimos metros que lo separaban del atrio de la iglesia el joven tomó la determinación de desafiar las leyes de la República y seguir las instrucciones de la misteriosa doncella.

Elisa lo aguardaba luciendo un lujoso vestido bordado con hilo de seda y oro. Su cabello castaño claro estaba recogido en una pequeña redecilla de la que se escapaban algunos mechones rebeldes y de su cuello pendía una cadena de oro que el propio Filippo le había regalado como prenda de su compromiso. El alba despuntaba entre los tejados de la ciudad y todos los invitados aguardaban las nupcias con regocijo.

Filippo contempló a su casi esposa y pensó que su vida no tenía ningún sentido sin ella a su lado. Acercándose a ella, le besó la mano y observó la puerta por la que generalmente entraban los Castellani y que él, como Nicolotti, no debería franquear jamás.

"No tengo derecho a infligir a Elisa el dolor de una viudez prematura ni a condenarla a la ignominia de ser la esposa de un marido deshonrado en el caso de que el Consejo de los Diez decidiese perdonarme la vida" pensó. "El espíritu dijo que debía ser yo el primero en pisar suelo sagrado, contrariamente a la costumbre; me aseguraré de que así sea aunque entre por el vano que me corresponde".

Así pues, Filippo dejó a su amada del otro lado tras besarla suavemente en la mejilla y rodeó apresuradamente el edificio para lograr entrar de primero en el recinto sacro.

En efecto, el joven entró en primer lugar en la iglesia pese al estupor de los presentes. Ello le permitió contemplar cómo, al franquear el umbral, uno de los putti del friso que presidía la entrada de los Castellani se precipitaba irremediablemente sobre su inocente prometida, quien tenía en aquel momento los ojos fijos en él.

A pesar de que todos los convidados corrieron precipitadamente en su auxilio, el golpe tuvo un efecto fulminante y la dulce Elisa fue conducida aquella misma mañana en una góndola negra como la noche hasta la isla de San Michele.

Filippo, olvidado por todos en la conmoción del desgraciado accidente, desapareció también aquel mismo día sin que nadie más volviese a ver o a saber nada de él. Hay quien dice que se arrojó, desconsolado por la pérdida de su amada, al canal de la Giudecca. Los más ancianos, sin embargo, sostienen que Filippo quedó sin el alma que había tan ligeramente empeñado en el mismo instante en que su futura esposa perdió la vida que él había jurado intercambiar por la suya, y que desde entonces, presa de los remordimientos, vaga incansablemente por la iglesia y el atrio de San Trovaso condenado eternamente por su inconstancia y cobardía a presenciar una y otra vez el matrimonio que jamás llegó a consumarse.


[Esta es una leyenda completamente ficticia y probablemente plagada de todo tipo de imprecisiones cronológicas e históricas. Es lo que sucede cuando a una la dejan sola en casa con un libro de Alberto Toso Fei al alcance de la garra].

sábado, 14 de septiembre de 2013

Messaggio in bottiglia (III)

Shhh…

Calla un segundo. Cierra los ojos.

¿Nos oyes?

Aquí solamente hay pájaros y campanas, no debería costarte mucho.

Estamos en el rumor de la brisa entre las hojas.

Estamos en el chapoteo de un remo contra el agua de un canal.

Estamos en el eco de tus pasos sobre las piedras nocturnas.

El zureo que escuchas en San Marco no son las palomas, somos nosotras.

Flotamos, volamos, reptamos, resbalamos, llovemos… estamos por todas partes.

Tímidas y esquivas, en efecto, pero ahí estamos.

¿Nos oyes ahora?

Ya nos parecía. Debías estar escuchando con el oído izquierdo.

Rebusca pues en tu bolsa, reconoce al tacto dos objetos, sácalos.

Acomódate, respira hondo, apaga el móvil, detén el reloj.

Y ahora escríbenos.


[Mensaje encontrado encallado junto a un árbol del Giardino delle Vergini, Arsenale]



jueves, 12 de septiembre de 2013

Regata Storica

Creo que alguna vez he mencionado que Venecia está llena de canales. En caso de no ser así, lo menciono ahora: Venecia está llena de canales (salvo que los venecianos en lugar de canales les llaman ríos, pero ese es otro tema). He considerado oportuno recordarlo porque la historia que voy a contar tiene que ver precisamente con el más importante de todos: el Canal Grande.

Los hechos sucedieron hace ya un par de semanas, el día que mi ama y yo terminábamos de mudarnos a nuestro nuevo hogar. Esa misma tarde nuestra casera la invitó a una recepción en casa de un amigo y mi dueña, aduciendo que yo no cabía en el bolso que lleva cuando se disfraza de humana respetable, decidió muy descortésmente dejarme encima de la cama. ¡Ni que fuera un peluche!

Evidentemente no me quedé cruzada de garras y aprovechando que se había dejado las ventanas de la habitación abiertas me escabullí ágilmente y me dediqué a seguirla entre aleros y tejados. Las calles estaban plagadas de gente y recuerdo que pensé que el ratio de turista por metro cuadrado me parecía algo más elevado de lo habitual. Mi ama, su casera y el hijo de esta se encaminaron hacia el traghetto de San Tomà con la intención de atravesar el Canal Grande pero cuando llegaron se llevaron una desagradable sorpresa al descubrir que este estaba temporalmente suspendido. Sus únicas opciones eran atravesar el canal por los puentes de Rialto o de la Accademia y, con una lógica que a fecha de hoy todavía no he logrado comprender, ellos optaron por el segundo, que era el más alejado. Yo les seguía de cerca intentando en la medida de lo posible no poner una pata a nivel de calle para evitar potenciales pisotones. Por desgracia para mí, si pretendía perseguir a mi ama por media Venecia yo también estaba obligada a atravesar el Gran Canal, y allí no hay aleros que valgan.

El puente de la Accademia estaba completamente cubierto de simios irascibles y vociferantes intentando cruzarlo en ambas direcciones. En uno de los accesos, una humana vestida de uniforme intentaba inútilmente poner un poco de orden en las hordas caóticas que la rodeaban, gritando instrucciones completamente superfluas que nadie seguía. Mi ama se zambulló en aquella marabunta humana y la perdí completamente de vista.

Mis propias opciones para la travesía se reducían a dos: o bien me hacía pasar por el hermoso collar de piel de una turista rusa - una estrategia con pocas probabilidades de éxito visto que estábamos casi a treinta grados – o me lanzaba al agua y atravesaba a nado. En efecto, las ardillas también nadamos. Especialmente yo, que desde que me hice cargo de mi humana practico a menudo.

Tras un momento de duda me decanté por la segunda opción. Cualquiera que haya visitado esta ciudad sabe que darse un baño en sus canales, con sus aguas claras y límpidas, es arriesgarse a salir brillando en la oscuridad. Además, como puede corroborar Ella de Large, el Canal Grande es bastante más ancho de lo que parece a simple vista. El caso es que hice acopio de valor y me sumergí en la laguna. Tuve que sortear un montón de trastos flotantes, pero finalmente conseguí llegar entera al otro lado sin que nadie me diese con un remo en la cabeza. Incluso logré adelantar a mi ama, a la que vislumbré entre la multitud trotando detrás de su casera.

Los tres continuaron por callejas que los turistas no frecuentan, de manera que tuve que apretar un poco el paso. Pronto llegaron frente a la verja de una mansión señorial con un pequeño jardín en el frente. Los seguí disimuladamente hasta la puerta y escuché las indicaciones del portero cuando entraban en el ascensor, así que con esa información trepé por uno de los árboles del jardín hasta la última planta de un elegante palacio con vistas sobre la autopista líquida de Venecia.

En la mansión había muchos bípedos vestidos como si fuesen a una fiesta, unos cuantos bípedos de ojos rasgados vestidos de blanco paseándose con bandejas con comida o bebida y un mobiliario sin renovar como mínimo desde hacía un par de siglos. Mi ama se quedó pálida al verme aparecer dando saltitos por una de las esquinas del balcón, y con una mirada reprobatoria me hizo un gesto sutil para que me ocultase antes de que alguien me viese. Me aposté con cuidado en uno de los extremos de la balaustrada e hice todo lo posible por quedarme inmóvil cual enanito de jardín.

Desde mi atalaya por fin logré presenciar lo que sucedía: el Canal Grande estaba plagado de barquitos de todos los tamaños y cilindradas respetuosamente colocados en hileras en cada ribera, y por el centro del canal pasaba un imponente desfile de barcos y góndolas, a cada cual más decorado. He de decir que los humanos que las tripulaban iban vestidos de forma un poco anacrónica, pero con la afición que tienen en esta ciudad por el Carnaval me imaginé que estarían celebrando algo.



Así era, y la rareza no había hecho sino empezar. Durante las siguientes tres o cuatro horas me dediqué a ver pasar barquitas y más barquitas, cada una de un color distinto. El número de remeros variaba en cada ocasión, y se los veía preocupadísimos por subir y bajar el canal como si les persiguieran los demonios (que para el caso debían de ser los ocupantes de las barcas de detrás). La gente de las demás embarcaciones les gritaban cosas que yo no alcanzaba a escuchar, y todo el mundo en el palacio donde me encontraba parecía muy interesado por lo que estaba pasando. De golpe, tras pasar otra fila de barquitas, la concentración de los espectadores pareció diluirse y las motoras se fueron yendo tan caótica y ruidosamente como habían llegado. Al cabo de un rato mi ama y sus acompañantes también abandonaron la opulenta mansión para regresar tranquilamente a casa. Esta vez, afortunadamente, por Rialto.



Al final tras tanta conmoción no llegué a entender muy bien si las barcas iban o venían, si se estaban disputando algo, si tenían prisa por llegar a alguna parte o si estaban jugando al escondite inglés acuático… y lo grave es que ni siquiera mi ama fue capaz de explicármelo, de lo que deduzco que ella tampoco se debió de enterar demasiado. En cambio aprendí que como gnomo de jardín soy más adorable incluso que el de Amélie.

Y viajo casi tanto como él.

martes, 3 de septiembre de 2013

Cerco e... trovo?

Mi ama tiene una suerte endiablada para las casas. Es un hecho incontestable. Otros bípedos la tienen en el juego, o en el amor, así que supongo que para compensar que nunca le toca la lotería y que todavía no ha conseguido llamar la atención de un gondolero, mi dueña es afortunada en el sector inmobiliario.

Basándose en esta premisa, cuando mi humana tuvo conocimiento de que su casera había alquilado nuestra buhardilla bohemia a partir de septiembre no se preocupó excesivamente. Como de costumbre, la casa perfecta la estaría aguardando tranquilamente en algún rincón ignoto. Sobre todo en Venecia, que parece haberle cogido simpatía, quién sabe por qué.

Esta vez, sin embargo, mi ama no tuvo en cuenta varios factores:

1. Estaba buscando alojamiento solamente para dos meses.
2. En septiembre comienza el curso escolar.

La desastrosa conjunción de ambos nos colocó en una situación bastante difícil dado que cada vez que mi bípeda llamaba o escribía, la respuesta (si la había) era siempre la misma: lo siento, estoy buscando a alguien que se quede más tiempo. Pero no pasaba nada. Todavía había margen de maniobra. Nuestra casa estaba ahí fuera esperándonos y era solamente cuestión de tiempo que diésemos con ella.

Agosto fue desgranándose lentamente sin que las opciones de alojamiento se ampliasen lo más mínimo. Vimos un total de ocho pisos distintos aunque mi dueña envió innumerables e-mails y telefoneó a un montón de simios. Pasamos por una casa enmoquetada del suelo al techo, por un zulo en el que solamente cabían mi ama y una cama de 90 (y eso que yo ocupo poquito), por el bajo extrañamente perfumado de un farmacéutico camerunés y por una habitación casi sin amueblar cuya ventana daba a la casa del vecino. Mi ama dijo que se quedaba con un piso o con una habitación en tres ocasiones distintas, y en todas la avisaron en apenas veinticuatro horas de que habían encontrado a alguien dispuesto a quedarse más tiempo. La casa perfecta quizás existiera pero pardiez, qué bien escondida estaba…

Con este glorioso panorama nos plantamos en el martes pasado, 27 de agosto: a cuatro días del desahucio. Evidentemente a estas alturas la tranquilidad de mi ama hacía tiempo que se había evaporado, y en su lugar habían aparecido cierta angustia y no poca frustración. ¿Por qué Venecia se empeñaba en hacerlo todo tan difícil?

El martes mi dueña llamó por teléfono a una señora que alquilaba una habitación pero, cómo no, la señora le respondió muy amablemente que buscaba un inquilino de larga duración. Resignada, mi ama se disponía a colgar cuando del otro lado de la línea su interlocutora recordó que tenía una amiga que también alquilaba una habitación, así que le dio el número para que se pusiese en contacto con ella. Así lo hizo, y la humana que descolgó el teléfono la invitó a pasarse por su casa aquella misma tarde después del trabajo. Mi bípeda tomó entonces la desesperada determinación de dejar de buscar si aquella habitación resultaba, efectivamente, habitable. Empezábamos a necesitar un milagro.

Una hora antes de la cita, el ángel guardián de mi ama - que casualmente reside en Nueva York – le habló de otra humana que quizás pudiera ayudarla. La madre del novio de una amiga, dijo. Una habitación libre, puntualizó. Ven a verla mañana, replicó una voz americana a la llamada inmediata de mi dueña.

Huelga decir que esa tarde, por supuesto, acudimos a la cita concertada aunque con la cabeza puesta en la alcoba que veríamos al día siguiente. Nos recibió una ancianita muy amable que hablaba español porque había trabajado bastante tiempo como voluntaria en Ecuador, y que tenía mucho interés por conseguir la receta del gazpacho de la madre de mi ama. Dentro de lo malo, pensamos ambas, si la cosa mañana no sale bien siempre nos podemos venir a hacerle gazpacho a esta buena mujer. 

Afortunadamente no fue necesario. Al día siguiente nos pusimos en contacto con nuestra futura casera para ver la habitación y resultó que esta se encontraba a dos puentes y un canal de nuestra querida buhardilla, en un campiello que atravesamos incontables veces camino del supermercado. Pero es que además de estar cerca, la casa tenía absolutamente todo lo que buscábamos, y además era bonita, acogedora y amplia. El milagro se había hecho de rogar, pero finalmente allí estaba.

Cuando nos despedimos de la casera – tras pactar rápidamente la fecha de la mudanza – a mi ama le temblaban las rodillas y prácticamente tenía los ojos llenos de lágrimas, quién sabe si de alegría, alivio o incredulidad. Con lo dramática que es cualquiera lo adivina. Yo por si las moscas me la llevé hasta el borde del Gran Canal para que le pidiese disculpas a la ciudad por dudar de ella. A ver si aún se va a ofender y se venga enviándonos más acqua alta. ¡Que yo mido menos de veinte centímetros!

Y así fue cómo Venecia, esquiva y veleidosa, se apiadó de nosotras y nos regaló un nuevo hogar en el que ser felices.


viernes, 23 de agosto de 2013

Buon proseguimento

Es complicado encontrar las palabras adecuadas para transformar en punto y seguido un punto y aparte como el del último post. Cualquier tema que se me ocurra, cualquier aventura que hayamos vivido, me parece completamente banal y carente de relevancia.

Sin embargo la vida, por sorprendente e injusto que a veces pueda parecer, sigue adelante inexorablemente; incluso cuando da la sensación de haberse detenido. Mañana se cumple el primer mes desde el cataclismo, y mi ama y yo nos hallamos de nuevo entre puentes y canales, bajo cielos azules, mecidas por brisas suaves y - por fin – frescas. En una semana deberemos mudarnos de nuestra buhardilla bohemia y dar comienzo a una nueva etapa veneciana. Lo que venga después – bueno o malo, alegre o triste - constituirá el material de próximas entregas.

En italiano y francés hay una expresión que en español no existe: buon proseguimento. Feliz continuación. Se emplea para desearle al prójimo que su día o su semana se desarrollen apaciblemente, pero no se limita a hacerlo con la generalidad que implica un que tengas un buen día. El buen proseguimiento conlleva un anhelo de continuidad, establece un vínculo entre lo que el individuo estaba haciendo instantes antes de intersectar con su interlocutor y lo que hará inmediatamente después. Y lo que es más importante: al desearle al vecino una buena continuación, estamos asumiendo que el punto de partida era positivo, puesto que de lo contrario no le desearíamos que siguiese en el mismo estado (salvo que tuviésemos muy mala baba). El buon proseguimento lleva implícita una presunción de felicidad y una intuición de felicidades futuras.
Por ende:

Buon proseguimento a tutti.  


Creo que esta es la mejor manera de retomar mis correrías ardilliles.
Nos vemos en los siguientes capítulos. 

jueves, 25 de julio de 2013

Fe de erratas

Este es un post escrito a dos voces: la de mi ama y la mía.

Anoche nada salió como estaba previsto. El eje se quebró.

Ayer a las 20:48 estábamos en Porta Faxeira esperando por una amiga cuando comenzaron a pasar coches de policía. Nos preguntamos qué habría sucedido para que hubiese tanto revuelo, pero no le dimos importancia. Nos apresuramos hacia la plaza porque habíamos escuchado que a las 21:15 la cerrarían al público. Conseguimos entrar por debajo de Raxoi y tras algunas fatigas localizamos a varios amigos frente a la puerta de San Xerome. Nos sentamos, nos pusimos cómodas y nos aprestamos a aguardar dos horas y media.

A las 21:00 mi dueña recibió un whatsapp de su prima: Ha descarrilado un tren que venía de Madrid y nosotros estamos en Órdenes parados. Hay muertos. A partir de ese momento los móviles comenzaron a echar humo. Las líneas se saturaron. Las informaciones empezaron a agolparse frenéticamente, en ocasiones en abierta contradicción. Seis muertos; aquí dice que diez; no, son doce; ya van veinte. Jamás las matemáticas son más demoledoras que cuando recuentan vidas.

Al rato la muchedumbre empezó a agitarse con el mismo murmullo, hecho de duda e incredulidad: los fuegos se suspenden. La gente empezó a desalojar lentamente la plaza entre el estupor y el desconcierto general. Por megafonía anunciaron que se cancelaban los festejos previstos para aquel día y lentamente la conciencia de la gravedad de la situación empezó a hacer mella en todos los presentes. Un nuevo llamamiento cobró entonces fuerza como un golpe de realidad: hacía falta sangre.

Mientras, Whatsapp seguía recibiendo datos de diferentes fuentes, compartidas en voz alta con todos los demás. Nuestra percepción del suceso se modelaba en base a la calidad de nuestra tarifa de datos y a la frecuencia de las actualizaciones de nuestros informantes del otro lado de la pantalla. Se baraja la posibilidad de un atentado. Algunos testigos hablan de una explosión en uno de los vagones, otros dicen que el tren iba demasiado deprisa al dar la curva. El Campus está siendo desalojado por una amenaza de bomba. Es demasiada coincidencia que esto suceda esta noche, antes de la fiesta. Las teorías conspirativas se dispararon mientras la tensión aumentaba. De camino al Centro de Transfusión de Galicia nos detuvimos a ver las primeras grabaciones del accidente porque, paradójicamente, en la era de la imagen todos dependíamos de palabras.

Cuando llegamos a Monte da Condesa las colas eran abrumadoras. Parecía como si la ciudad en pleno quisiese paliar su impotencia ante la tragedia cediendo bolsas de vida. Las cifras seguían subiendo inexorablemente y en los rostros se leía la desolación y la conmoción. Mi dueña abrazaba periódicamente a sus amigos porque, aunque no se lo dijera, tocarlos era su forma de comprobar que efectivamente ellos estaban bien. Quizás, también, era su manera de sacudirse el miedo y la incertidumbre del cuerpo. De poder respirar hondo. ¿Y si…?

Conforme la noticia fue saltando a los medios los móviles dejaron de filtrar únicamente los datos del desastre para convertirse en receptores de la inquietud de quienes estaban lejos. La misma pregunta, incansable y ansiosa, llegó desde Granada, Madrid, Asturias, Brasil, Estados Unidos, Italia o Inglaterra: ¿Estás bien? Sí, nosotros sí; en aquel momento aquella respuesta parecía desgarradoramente insuficiente.

La marea de donantes desbordó los medios disponibles. Aquellos que nunca habíamos donado o no pertenecíamos a los grupos prioritarios (o éramos roedores) fuimos invitados a venir en días sucesivos. Supongo que me habría costado un poco convencerles de que yo también quería ayudar, aunque como la mayoría parecíamos sonámbulos tal vez no se habrían extrañado demasiado de toparse con una ardilla solidaria.

Dos horas después regresamos al centro. Con un trémulo estertor, el móvil de mi dueña agotó su batería y se quedó inerte y mudo. Apenas habían pasado cuatro horas desde el descarrilamiento pero parecían las cinco de la mañana. Era inútil marcharse a casa a no dormir, así que tras reunirnos con la prima de mi ama nos dedicamos a vagar sin rumbo por una ciudad de luto en la que la alegría de las atracciones de la Alameda parecía forzada y la retirada de los fuegos artificiales un testimonio más del drama invisible que estaba teniendo lugar en los hospitales y sobre las vías del tren. En el Obradoiro, a las dos de la mañana, un grupo de peregrinos mantenían encendidas unas cuantas velas en una vigilia improvisada y emocionante en su sencillez.

Hoy ha sido el día del Apóstol más triste de nuestras vidas. Para mí era el primero, pero para mi ama ha sido la antítesis de todo lo que significa para ella. Cuando pasamos por la plaza la sorprendí observando la fachada oscura de la catedral y en su mirada dolorida me pareció ver un silencioso interrogante dirigido a la figura de piedra, impasible, que la contemplaba llena de ilusión y expectativas unas horas antes.

Creo que en el fondo, muy en el fondo, mi dueña se estaba mordiendo los labios para no murmurar, irracionalmente: Me has fallado.

Y yo en el fondo, muy en el fondo, viéndola romperse en el lugar que más quiere, me contuve para no llorar las lágrimas que ella todavía no ha sido capaz de verter.



[Gracias por cada mensaje, por cada whatsapp, por cada e-mail y por cada llamada. Gracias por la preocupación, por las palabras, por el cariño; gracias por cruzar océanos y saltar fronteras para estar aquí en espíritu].

miércoles, 24 de julio de 2013

Eixo

Cada 365 días, aproximadamente, la Tierra da una vuelta completa sobre su eje. Una peonza gira a velocidad variable en torno a la punta metálica de su extremo inferior y una noria da vueltas incansablemente alrededor de su centro. Para trazar circunferencias, los compases necesitan un punto fijo.

Los seres humanos, aunque disimulen, también.

El eje de mi ama es una intersección geográfico-temporal. Veinticuatro de julio, once y media de la noche, Praza do Obradoiro. La plaza está abarrotada y la muchedumbre comienza a ponerse en pie. De pronto estalla una bomba de palenque, y la oscuridad se cierne sobre una venerable anciana de granito. A sus pies ronronea un océano de sombras cuyas olas levantan la espuma de miles de flashes. Las piedras, un poco sordas tras tantos siglos de humedad, aguzan el oído. El espectáculo va a comenzar.

En ese momento preciso para mi dueña no importa lo que haya sucedido a lo largo del año anterior ni lo lejos que se haya ido. Tampoco importa lo que venga detrás. Si logra regresar, si consigue estar allí, esperando la medianoche en medio del gentío, entonces el mundo está en orden y ella está en paz. Puede disolverse entre la música, la luz y la pólvora, olvidarse de sí misma y sentir que la ciudad que vibra bajo sus pies late al mismo compás que la caja de resonancia arrítmica que lleva en el lado izquierdo del pecho. Esa noche es el referente que la mantiene en pie durante los otros 364 días, el que le permite subirse a cada avión, a cada tren o a cada autobús con la promesa de que habrá un camino de estrellas guiándola a casa cuando llegue julio.

Los últimos once meses han estado llenos de vida. Han sido una experiencia increíble e irrepetible: dos continentes, tres países, tres hogares, siete cajas, una decena de maletas, cientos de personas e innumerables recuerdos. Hemos sido afortunadas y privilegiadas (sobre todo mi ama, por tenerme a mí) hasta el punto de que todavía nos cuesta un poco creernos que estas aventuras hayan sucedido realmente.  ¿Qué mejor colofón para un año como este que despedirlo con un estallido de fuego y luz?

Pero esta noche darán igual los kilómetros recorridos, las páginas escritas y las fotografías robadas. Esta noche en el Obradoiro seremos todas las versiones que fuimos y todas las que estamos por devenir, sin clasificadores temporales. Seremos de lluvia y piedra, peregrinas retornadas y emigrantes arraigadas.  Sí, incluso yo, ardilla pardilla y viajera, creo que me he vuelto un poco picheleira. Porque esta noche en Santiago todo es posible: hasta que los roedores escépticos creamos en la magia.

sábado, 20 de julio de 2013

Sliding Doors

¿Qué habría sucedido si hoy la realidad se hubiese desdoblado en dos?

En una habría habido un punto y aparte y en otra un punto y seguido.

En una habría habido despedidas, quizás lágrimas, mientras que en otra simplemente cordiales besos en mejillas y deseos de regresos tranquilos.

En una habrían sonado melodías nostálgicas y tal vez desgarradoras en su belleza; en otra, ritmos festivos y joviales.

El camino a casa habría estado jalonado de recuerdos y miradas atrás, o por el contrario simplemente se habría teñido de rutina.

En ambas realidades habría hecho un calor endemoniado y nos habrían picado los mosquitos.

Y en ambas, inevitablemente, hay maletas en proceso.






jueves, 11 de julio de 2013

Messaggio in bottiglia II

Algunos dicen que hay alrededor de 400.
Otros alzan la cifra hasta rondar los 450.
La mayoría tienen solamente un único ojo pero algunos, pocos, tienen dos o incluso tres.
Cuatrocientos ojos son muchos ojos.

En Venecia es difícil escapar de la mirada escrutadora de un puente.

Cada puente, además, custodia un beso.
A veces se oculta entre las claves de un arco; otras, te acecha tras el segundo peldaño o el quinto balaústre de una barandilla.
No hay dos iguales.
Puede tratarse de un casto ósculum en la frente, de un tentador basium o de un libidinoso savium.
Eso solamente se averigua encontrando cada uno.


Si te atreves, te reto a coleccionar los cuatrocientos.


[mensaje proveniente de un portaesencias de cristal de Murano abandonado junto a la Corte Stupenda, en las inmediaciones de San Marco].

viernes, 14 de junio de 2013

Novità

El blog estrena nueva sección: Storie Veneziane.
Más información, ruegos y preguntas, aquí.
Vi aspetto numerosi!




martes, 4 de junio de 2013

Messaggio in bottiglia

Mírame. Yo también tengo arrugas. Mi piel anciana también se cuartea y desprende como la tuya. Mi cabellera cambia de color, mis ojos se vuelven más profundos y mi corazón late más despacio.

Como tú, yo también envejezco.


Mírame, sin embargo, más a fondo. Olvida mis cristales resquebrajados y polvorientos o mis fachadas decrépitas. Ignora las puertas carcomidas por el agua y desvaídas por la sal. Fíjate en cambio en el verde de mis aguas, en el azul de mis cielos y en esa luz amarilla que me baña al anochecer.

Esa, la inmutable, también soy yo.


Ahora para de leer, deja esta hoja, levántate y busca el espejo más cercano. Esta es la parte más difícil. Contémplate atentamente, sin prisas. Busca en ti esas aguas verdes, esos cielos azules y sobre todo esa luz amarilla. Sí, sí que está ahí. Cuando la encuentres regodéate en ella. Reconócete. Y, por favor, sonríe.

Todo es mejor con una sonrisa.

Hasta la caducidad.


[mensaje hallado flotando en Rio de San Stin, enfrente de Santa Maria Gloriosa dei Frari].


jueves, 23 de mayo de 2013

Profezie

Sabía que esto iba a pasar. Lo sabía. Lo advertí en su momento; incluso aporté datos y estadísticas. Pero claro, nadie escucha a la ardilla. Y así nos va.

¿Qué por qué estoy tan indignada? Veamos: estamos en las dos últimas semanas de mayo, el mes está a punto de terminar y se rumorea que hay un verano en ciernes. ¿Le parece a alguien normal que salgamos del trabajo el jueves pasado y nos topemos con media ciudad inundada? ¿O que para los próximos tres días estemos en alerta naranja por riesgo de mareas altas?

Por supuesto que no.

En otras latitudes el superpoder pluvioso de mi ama podría resultar algo engorroso, quizás hasta molesto. En Venecia, en cambio, sus habilidades la convierten directamente en un peligro público. Y ya está bien recórcholis, que soy un roedor arbóreo, no acuático. No sé cómo sobrevivirán los venecianos, pero a mí me está empezando a salir moho en el pelaje.

¡Uy, creo que me ha pillado poniéndola verde!

(…)

Ya, yo no me mojé porque iba en el bolso.

(…)

De acuerdo, admito que San Marco convertido en piscina tiene su encanto.

(…)

Sí, está bien, fue bastante divertido intentar llegar hasta allí jugando al escondite con las calles que no se habían convertido aún en canales.

(…)

En efecto, reconozco que la ironía de que la orquesta del Florian se pusiese a tocar “My heart will go on” mientras los turistas chapoteaban descalzos o en katiuskas por mitad de la plaza no tuvo desperdicio.

(…)

Vale, confieso que a mí también me dieron un poquito de envidia.

[Pausa reflexiva]

Bueno, pues sí, estamos a finales de mayo y mi bípeda se entretiene anegando ciudades. ¿Algún problema?




jueves, 16 de mayo de 2013

I dieci comandamenti veneziani

  1. Amarás Venecia sobre todas las cosas.
  2. No tomarás un spritz en vano.
  3. Santificarás las laureas.
  4. Honrarás al Coop y al Billa.
  5. No matarás ni asesinarás turistas (por mucho que hagan méritos).
  6. No atracarás en el ormeggio del prójimo.
  7. No robarás sin scontrino previo.
  8. No reconocerás que desconoces el paradero de una calle.
  9. No consentirás la pronunciación completa de todas las letras de una palabra.  
  10. No codiciarás la góndola ajena.
Estos diez mandamientos se resumen en dos: amarás Venecia sobre todas las cosas y al prójimo casi como a ti mismo.

Mal d'acqua

Venecia es una ciudad ineludiblemente acuática en la que, paradójicamente, puedes llegar a morirte de sed. Hace hoy exactamente siete días que el tercer miembro de nuestra disfuncional familia viajera imploró unas gotas de agua calcárea con las que refrescarse y, para desgracia de todos, su deseo no solamente fue atendido sino que se realizó con tal eficiencia y velocidad que desde entonces llevamos pagando las consecuencias de tan funesto evento.
Dicho de otro modo, el jueves pasado mi ama volcó un poco de agua sobre el portátil. Esta se filtró al interior del teclado, provocó un corcocircuito y nos dejó sin palabras. Así pues, gracias a la pericia de mi dueña hemos estado incomunicadas hasta ayer por la tarde.
Actualmente nuestro convaleciente sobrevive gracias a una prótesis porque la sanidad humana no es la única que tiene listas de espera para las intervenciones quirúrgicas. Necesitamos un nuevo teclado. Si alguien sabe de algún potencial donante compatible con nuestro grupo sanguíneo, por favor que se ponga en contacto conmigo.
Y todo porque en Venecia hasta los ordenadores se dan baños.

viernes, 3 de mayo de 2013

Nascondino veneziano

Descrizione del gioco

Para jugar al escondite veneciano dispone usted de un tablero de dimensiones variables en función del nivel de dificultad al que desee llegar. En este tablero usted encontrará una serie de calles, que pueden ser de dos tipos: sólidas o líquidas (y en verano algunas incluso hasta gaseosas). Puede usted desplazarse indistintamente por ambas, pero para emplear las segundas tendrá que canjear los puntos que haya ido consiguiendo por estructuras flotantes que lo transporten de un lugar a otro. Cualquier cosa sirve, pero si obtiene un bonus podrá permitirse utilizar un transporte negro y curvado dirigido por unos personajes que identificará por su sombrero de paja y su uniforme a rayas. Descuide, no se trata de presidiarios. Tampoco de seguidores acérrimos de Picasso. Lástima.


Regole del gioco

Para jugar adecuadamente al escondite veneciano debe recordar que:

a) La línea recta no siempre es la distancia más corta entre dos puntos.
b) Buscar una calle por su nombre resulta bastante inútil porque nadie se las sabe.
c) Por si esto fuera poco, hay decenas de calles con el mismo apellido pero distinto nombre de pila: campiello, sottoportego, ramo, campo, calle, salizada, fondamenta, etc.
d) Ir deprisa no significa llegar antes, sino generalmente perderse a mayor velocidad.
e) Tenga fe. Incluso en los ángulos más insospechados y las esquinas más improbables puede haber una salida que usted no espera.
f) No luche contra Venecia. No intente someterla a su racionalidad. Fracasará. Limítese a flotar con ella. Déjese llevar.


Modalità di gioco

Existen diversas modalidades de juego en función de sus intereses y del tiempo del que disponga. Nosotros le proponemos las siguientes, pero siéntase libre de crear sus propias variantes:

  1. Elija usted un par de puntos de referencia suficientemente conocidos y señalizados (San Marco, Rialto, Piazzale Roma, etc.) y dedíquese a callejear sin rumbo. Es posible que termine dando vueltas en un espacio menor que la manzana de su propia casa, pero usted tendrá la sensación de haber recorrido cientos de kilómetros. Cuando se canse, busque un letrero hasta el punto de referencia deseado y recupere la orientación. Repita cuantas veces desee.
  2. Seleccione usted un viandante al azar y sígalo religiosamente (a ser posible sin que se percate) hasta que este llegue a destino o a usted se le desprendan los pies, lo que primero ocurra. Si su presa se da la vuelta y se le queda mirando, observe el escaparate de algún comercio cercano. Si le interpela directamente sonría, pero no demasiado, y ponga cara de ignorante inocente. Advertencia: corre usted el riesgo de elegir a un turista tan perdido como usted y de que juntos acaben en un campiello sin salida mirándose abochornados con cara de “Yo no he sido”.
  3. Disfrácese usted de mito griego. Hágase con un ovillo de lana grueso y átelo a la puerta de su residencia en la ciudad. Vaya desenrollando el ovillo conforme recorra usted las calles. Tenga cuidado de no mojarlo al cruzar un canal ni de dejarlo demasiado tirante para que ningún otro visitante despistado como usted tropiece  y se caiga. Cuando llegue al final del ovillo saque una foto y deshaga el camino a la inversa. Repita el proceso cambiando de ruta. Al finalizar tendrá el álbum fotográfico de Ariadna. Advertencia: si se topa con el Minotauro suelte el ovillo y la cámara, y corra.

Vincitore del gioco

Está usted en Venecia. Ha ganado antes de empezar la partida.

Benvenuta, bentornata

Hoy se cumple una semana exacta desde nuestra llegada a Venecia. Cuando mi ama me dijo que nuestro siguiente destino era una ciudad en una laguna me imaginé un lugar apacible, quizás al pie de una montaña y con vistas a un lago de agua fría. Vamos, que me equivoqué de país porque claramente yo estaba pensando en Suiza. Solamente me faltaba la vaca de Milka. Pero no. Suiza no se parece en nada a la vorágine de turistas, callejuelas estrechas y puentes imposibles a la que he ido a parar. Aunque debo decir en mi defensa que mi dueña debería expresarse con mayor propiedad. En no es sobre.

En una semana caben muchas cosas y en la nuestra, concretamente, caben dos vuelos, dos maletas, una mochila, cuatro italianas amabilísimas que nos acogieron temporalmente sin conocernos de nada, paseos interminables sin rumbo fijo, un nuevo lugar de trabajo, nuevos rostros, un idioma distinto y sobre todo una nueva casa y otra mudanza.

Si nuestra mudanza neoyorquina fue un rosario de idas y venidas entre autobuses y metros, en esta ocasión la dificultad residió en dedicarse a subir y bajar puentes como en la montaña rusa de un parque de atracciones, pero con veinte kilos extra. Dicho así puede parecer una nadería, pero quien haya experimentado en su proprio pelaje una mudanza veneciana podrá entender nuestras fatigas. ¡La de vueltas que pueden llegar a darse con tal de tener que cruzar tres puentes en lugar de cinco!


El caso es que aquí estamos, instaladas desde ayer en nuestra flamante buhardilla. Claro que lo de flamante nos duró solamente hasta que mi ama abrió un armario y se topó con una sartén con restos de salsa de tomate todavía adheridos y criando vida. A partir de ese momento mi humana se metamorfoseó en una especie de túnel de limpieza con piernas de lo más eficiente: funciona a pasta, dispone de doce horas de autonomía y se conforma con seis de reposo. Estoy por patentarla, a ver si alguien me la compra y no tengo que volver a recolectar bellotas en lo que me queda de vida.

Por lo que a mí respecta, el entusiasmo me duró lo que tardé en descubrir que la casera de mi ama tiene una linda mascota felina llamada Sissi. Sissi, como buena anfitriona, decidió acompañar a mi dueña escaleras arriba para darle la bienvenida al apartamento. Afortunadamente yo en ese momento todavía me encontraba a salvo dentro de mi – por una vez – querida Samsonite, escuchando sus maullidos de gatita muerta. Sissi debió de pensar que era un buen momento para gastarle una novatada a mi bípeda, y con la ligereza de sus cuatro patas se encaramó ágilmente a una mesa y antes de que ella pudiera detenerla se fue a dar un garbeo por los tejados de Venecia. A mi ama casi le da un patatús pensando que iba a tener que empapelar toda la ciudad con carteles para recuperarla antes de que regresasen sus propietarios. Por suerte para ella, cuando volvió de recoger la segunda maleta Sissi ya estaba en casa y la esperaba tranquilamente con cara de: “Yo no lo cuento si tú tampoco”.

En definitiva, por mi seguridad y por la salud mental de mi dueña, ella y yo hemos pactado que es mejor que Sissi se quede en su parte de la casa durante nuestra estancia.

Además, ¡aquí el único animal entrañable y extorsionista soy yo!


sábado, 13 de abril de 2013

Agur

Querida Bilbao, sempiterna ciudad nubosa:

Te escribo mientras un coche con tres bípedos y mucho equipaje atraviesa velozmente valles y colinas intensamente verdes. Esta mañana decidiste sorprendernos con un sol radiante, y quiero pensar que regalarnos un último recuerdo soleado es tu manera de despedirnos con una sonrisa.

Apenas puedo creerme que hayan pasado tres meses desde que mi ama y yo buscábamos casa y nos desorientábamos cada vez que llegábamos a Santutxu por una calle distinta. Me pregunto si una de las múltiples características propias de Euskadi será que los días tengan menos horas y las horas menos minutos. El caso es que aquí estoy, contemplando el paisaje desde mi mochila azul y pensando en que hace solamente diez minutos esa misma mochila me servía de lecho improvisado camino de Madrid. Me voy con la sensación de haberme dejado cosas en el tintero; o quizás, más que cosas, permanencias pendientes: paseos irrealizados, ratos de escritura pospuestos, nocturnidades intuidas, amistades esbozadas e infusiones desaprovechadas compartiendo manta con mi bípeda en el sofá.

Pero no creas que me estoy lamentando. Al contrario, me has enseñado muchas cosas en este tiempo. He aprendido que mi dueña y yo podemos convivir solas, armoniosamente y sin matarnos por mucho que ella se pase la vida monologando en sueños; he visto lo que pueden crear los humanos sobre una hoja de papel para olvidarse de una realidad sórdida y angustiosa; he ampliado mis horizontes en lo que respecta a la moda ciliar y al etiquetado de la fruta de temporada; y he descubierto, para desgracia de mi ama, que el Jonan no existe, son los padres. Hemos recibido a catorce visitantes a lo largo de trece fines de semana, lo que arroja una media de prácticamente un invitado por semana. Quién iba a decir que Bilbao sería un destino más popular que Nueva York… visto lo visto, quizás tuvieras razón al autodenominarte capital del mundo.

Me marcho, y lo hago sin tristeza porque tengo la sensación de que tú y yo volveremos a vernos en algún punto cercano del futuro. Quizás no como residentes, pero desde luego sí como viejas amigas. Todavía no he explorado a fondo todos los árboles de Artxanda. Y además, Urtxintxa me ha prometido que la próxima vez que venga a visitarla subiremos juntas al Pagasarri. Oso ondo, así será.

Eskerrik asko eta laster arte!


miércoles, 10 de abril de 2013

Etxeak

Hay viajes circulares que terminan del mismo modo que empezaron. Su circularidad les otorga una cierta apariencia de perfección, de ciclo cumplido. Todos los hilos sueltos se van atando paulatinamente, los flujos se invierten, y al final queda solamente una sensación de paz y de quietud serena flotando en el aire.

A veces también hay vidas cíclicas. Vidas que comienzan con una o dos maletas, con tres o cinco cajas, de las que surgen expectativas, recuerdos, lugares, olores y personas. Juntos pueblan un espacio, se apropian de él y lo convierten en suyo durante un período limitado. Su presencia difumina la sutil línea que diferencia un inmueble de un hogar.

Pero un día el final deja de ser horizonte para convertirse en pasado mañana. Dan comienzo las últimas veces, la planificación de menús y lavadoras pendientes, el doblado y el empaquetado, hasta que tu existencia vuelve a reducirse a una sucesión de paralelepípedos. El vacío es el mismo que había cuando llegaste, pero ahora es un vacío hecho de ausencia y no de intuiciones de presencias. Tus pasos parecen resonar con mayor reverberación por el mero hecho de haber quitado las postales de la nevera o haber descolgado el calendario de la pared. El chasquido de la cerradura empieza a sonar como esa puerta borgiana cerrada hasta el fin del mundo.

Habrá tiempo de soñar con nuevas cerraduras, pero no será esta noche. En nuestro salón hoy hay cuatro cajas y dos maletas. Y mucho silencio. Y mucho eco. Y la certeza de que las casas se olvidan de nosotros con mucha mayor rapidez que nosotros de ellas.

sábado, 6 de abril de 2013

Aste Santua

A estas alturas todos sabemos que los humanos tienen un punto lunático que en ocasiones los hace entrañables y la mayoría de las veces simplemente irritantes. Pues bien, la semana pasada también descubrí que su demencia puede provocar otra emoción distinta: terror.

Empecé a sospechar que los bípedos tramaban algo un viernes noche. Comencé a escuchar un tamborileo y una música ligeramente estridente, y por un momento pensé que íbamos a jugar al escondite con Santa Águeda otra vez, pero no. Media plaza estaba invadida por unos seres vestidos con unas túnicas largas hasta los pies y unas capuchas puntiagudas ocultándoles el rostro. Algunos incluso iban descalzos. Eran demasiado altos para ser gnomos, y sus sábanas estaban demasiado limpias para ser fantasmas, así que deduje que eran bípedos disfrazados.

Si la cosa hubiera quedado ahí no me habría inquietado. En Bilbao son muy dados al camuflaje. El caso es que unos días más tarde me volví a topar cerca del Ayuntamiento con otra pandilla de encapuchados, aunque ahora vestidos de un color distinto y tirando afanosamente de un carro con figuritas encima. Eso ya me pareció bastante más raro, especialmente porque no parecían transportar una mercancía con un destino determinado sino más bien pasearse con ella al hombro.

El misterio de los carros no se aclaró hasta unos días después, cuando mi ama y yo nos fuimos de excursión a otra ciudad distinta. En su plaza mayor había un montón de ellos expuestos al público y pude pararme a observarlos con más calma. Ojalá no lo hubiera hecho. Estaban cargados de esculturas de bípedos padeciendo toda clase de torturas: a uno lo azotaban maniatado a una columna, o otra le clavaban puñales en el pecho, otra lloraba desconsoladamente y para rematar ¡hasta había uno claveteado a una cruz!


Reconozco que no soy la mayor defensora de los simios sin pelo, pero incluso yo, con mi poca simpatía y tolerancia con sus rarezas, sufriría contemplando un espectáculo como ese. ¡Y ni siquiera pertenecen a mi misma especie! Cómo pueden los humanos reunirse para ver desfilar estas exhibiciones de dolor físico es algo que se escapa totalmente a mi comprensión.

Pero lo que verdaderamente me tiene aterrorizada es que me ha dado por pensar que si los bípedos son capaces de hacerle esto a sus congéneres y contemplarlo sin inmutarse, ¿qué no le harán a un ser que no sea de los suyos?

¿No sería más correcto referirse a las animaladas como humanadas?


viernes, 5 de abril de 2013

¡Extra! ¡Extra!

¡Desde hoy Volunti Robles tiene su propia cuenta de correo electrónico!

A partir de ahora quien quiera ponerse en contacto conmigo puede hacerlo escribiendo a ardillapardilla@gmail.com o haciendo click en la opción “Email” dentro de mi perfil de Blogger. Se admiten todo tipo de temas - excepto la zoofilia entre especies distintas porque para eso ya hay webs especializadas que viven de ello -, desde debates sobre los mejores destinos de hibernación, intercambios de recetas con frutos secos, y por supuesto el desahogo de las lógicas frustraciones derivadas de convivir con humanos.

Eso sí, quiero recordar a todos los presentes que soy una ardilla de tres garras, por lo que pido humildemente que nadie se impaciente si tardo un poco en responderle… Los bípedos poseen cuatro apéndices dactilares de ventaja así que si nos ponemos a hacer cálculos de pulsaciones por minuto las matemáticas son demoledoras en mi contra.

¡Espero vuestras noticias!

miércoles, 20 de marzo de 2013

Aliron

Mi ama tiene un retorcido sentido del humor y a veces la odio por ello. Hace dos semanas me sacó bruscamente de mi apacible letargo dominical diciendo: “¡Espabila, que vamos a ver a los leones!” y cuando me quise dar cuenta ella y su primo estaban esperando por mí con el abrigo puesto.

Como todavía estaba medio adormilada tardé unos segundos en procesar la información. ¿Leones? ¿Panthera Leo? ¿Mamífero carnívoro? ¡Ni hablar! Intenté resistirme con todas mis fuerzas (las marcas de garras en los muebles y el sofá son prueba de ello), pero finalmente mi dueña me agarró por la cola, me metió en el bolso y ya no hubo forma de escapar. No sé qué parte de “Los leones comen ardillas” es tan difícil de entender.

Mientras yo roía frenética e infructuosamente las paredes del bolso, mi ama me condujo al interior de un recinto muy extraño: tenía forma rectangular y, aunque por fuera parecía un edificio cerrado, al llegar al centro descubrí que no tenía techo. Dentro ocultaba una pradera rarísima rodeada de bípedos (la mayoría curiosamente ataviados), muchas banderas y mucho ruido. Vamos, el entorno ideal para enloquecer a un león. Tampoco me tranquilizó en absoluto que nuestros asientos estuviesen situados casi al borde de la hierba y que no viera ninguna jaula por ningún lado. Estaba segura de que no duraría ni cinco minutos en cuanto aquellos bichos me olisqueasen. “Al menos” pensé “primero tendrán que quitarle el bolso a mi dueña, y con un poco de suerte si se la comen primero a ella quizás después ya no tengan más hambre”.

Tendría que haberme imaginado lo que sucedería. Después de que todo el mundo cantase una canción igual de incomprensible que la de la pobre Santa Águeda, los que saltaron a la pista no fueron felinos a cuatro patas, sino humanos. Humanos con un claro desdoblamiento de personalidad, pero humanos al fin y al cabo. Si las miradas matasen, mi ama (que se retorcía de la risa ante mi estupor) habría caído fulminada en aquel preciso instante.

Tan aliviada estaba por sobrevivir que tardé un ratito en darme cuenta de que había dos grupos de bípedos: unos vestían de blanco y otros de rojo y blanco. También mi ama llevaba una camiseta rojiblanca, con lo que se mimetizaba a la perfección con el resto de humanos que nos rodeaban. Los simios del césped estaban preocupadísimos persiguiendo una pelota, aunque hasta casi el final del evento no entendí qué era lo que pretendían hacer con ella aparte de marearla de aquí para allá. Parece ser que el objetivo era conseguir meter el balón entre tres palos situados en cada extremo de la pradera, pero cuando por fin lo lograron no pasó nada especial así que no acabé de verle la gracia al asunto.

Para regocijo general, los bípedos rojiblancos ganaron el juego a falta de unos minutos para el final, lo cual demuestra nuevamente que el equipo de la ardilla y su mascota humana siempre gana. De hecho, si alguien quiere contratarla como amuleto estaré encantada de cederla por una módica suma de bellotas. Y sin cláusula de rescisión. En serio. Que alguien me la quite de delante antes de que amanezca a bordo de un bote a la deriva acompañada de un tigre.


viernes, 8 de marzo de 2013

Zaintzaile

La primera vez que se vieron apenas se prestaron atención. “Otra belleza exótica como tantas” pensó la Una; “Una mirona más” pensó la Otra. Sus miradas se cruzaban casi diariamente con esa indolencia rutinaria que deviene en invisibilidad. Una convivencia cordial basada en la conciencia de ser dos extrañas familiares. Pasado cierto tiempo Una de ellas se cambió de ciudad y de país, y la intensidad de su nueva vida robó de su mente el tiempo para pensar en la Otra.

Volvieron a coincidir inesperadamente un viernes noche. El reencuentro fue agridulce, pues se recordaron mutuamente la vida que ambas habían dejado atrás y a la que al menos la recién llegada regresaría tarde o temprano. Su compañera se detuvo ante ella y la saludó con una leve inclinación de cabeza de reconocimiento antes de reanudar la marcha.

Meses después, la Una volvió a trasladarse a un escenario distinto. Se despidió de la Otra sin ceremonias ni palabras, abandonándola con una ligereza no exenta de respeto. A Una y a Otra les gustaba sentirse parte de los porcentajes residuales de las estadísticas. Quién sabe lo que tardarían en volver a verse; las serendipities no suceden muy a menudo.

Se equivocaban.

Cierta mañana, mientras la Una paseaba por su nuevo destino, notó los ojos de la Otra fijos en ella desde el fondo de una sala. Seguía como siempre, impasible en su sillón gris, con la boca abierta y el inconfundible mechón rubio cayéndole por un lado del rostro. Ambas se sorprendieron – casi se emocionaron – de encontrarse de nuevo. La Una sonrió, y la Otra pareció corresponderle con una mueca pendida de su hocico de galgo afgano.

Aquel día, la Una volvió a casa pensando que algunas personas tienen ángeles guardianes. Otras, en cambio, tienen musas.

[Y algunas, las menos, tienen ardillas].

miércoles, 6 de marzo de 2013

Botere magikoak

Llevo prácticamente dos meses en Bilbao y casi cinco adiestrando a mi humana. A lo largo de este período he ido realizando una serie de observaciones empíricas y familiarizándome con una sucesión de hechos pasados hasta formular una teoría concluyente: mi dueña tiene superpoderes.

La mitología bípeda está plagada de superhombres con habilidades fabulosas. Algunos capturan leones y cortan cabezas de hidras, otros pierden su magnífica fortaleza cuando visitan al barbero y varios, además de volar o producir telarañas, parecen adorar las capas al viento y/o las mallas de lycra. Mi bípeda, con lo enclenque que es, lógicamente ni rebana cabezas, ni surca los aires y si me apuran ni pasa por la peluquería. Su superpoder es de una naturaleza tan sutil como extraordinaria. Analicemos los hechos:

  • Septiembre de 2004, Centroamérica. Colchones en las ventanas, acopio de agua, hojas de palmera por los suelos. Se avecina un huracán. La zona costera es evacuada, los transportes por mar quedan gravemente dañados y mi humana se encierra en un bajo al lado de una piscina. Su supervivencia demuestra que la teoría de Darwin sobre la selección natural a veces tiene curiosas excepciones. 
  • Verano de 2007, Pérfida Albión. Mi dueña se muda a una pequeña localidad casi en el centro del país. Durante su estancia se vive el verano más lluvioso de las últimas décadas, con alarmas por inundaciones y sacos de arena en los accesos a los edificios en previsión de riadas. Su habitación resulta estar plagada de goteras.
  • Invierno de 2009, Londinium. La peor nevada en años colapsa la ciudad. Los transportes públicos quedan bloqueados, los aeropuertos se ven obligados a cerrar y mi ama se tiene que quedar en casa sin hacer un muñeco porque no tiene botas de nieve. Cuando por fin consigue salir y comprarse un par no vuelve a nevar en el resto del invierno.
  • Octubre de 2012, Nueva York. La tormenta tropical Sandy sumerge medio Manhattan y se olvida de pasar por nuestro barrio (véanse los posts correspondientes). Mi bípeda se dedica a la cocina y a la escritura creativa durante una semana.
  • Noviembre de 2012, mismas coordenadas geográficas. Una ventisca de veinticuatro horas impele a mi ama a comprarse su segundo par de botas de nieve. Una vez adquiridas, como era de esperar, tampoco vuelve a nevar hasta el día siguiente de abandonar el país.
  • Enero de 2013, Bilbao. Temporal de lluvia y viento con algo llamado ciclogénesis de propina. No se ve el sol en todo el mes y yo empiezo a pensar en pluriemplearme como castor a tiempo parcial.
  • Febrero de 2013, todavía Bilbao. Sigue lloviendo con saña. La ría se desborda un poco en algunas partes. Mi ama huye de las nubes hacia la costa mediterránea. Le nieva nada más llegar a destino. A su regreso, dos días más tarde, Bilbao también considera que es un buen momento para amanecer nevado. Afortunadamente esta vez mi dueña decide que con dos pares de botas es más que suficiente y opta por no comprarse un tercero. Y eso que, por supuesto, no se ha traído ninguno de los otros dos. 
  • Marzo de 2013, siempre Bilbao. Tras dos días de sol, mi ama se confía y sale sin paraguas ni bufanda. Se levanta un viento racheado que hace que cruzar el Zubizuri se convierta en una carrera de obstáculos esquivando transeúntes que caminan en zigzag mientras uno intenta mantenerse en pie.

En resumen, mi ama posee su propio microclima (y escaso sentido común). Ya es mala suerte que de todos los poderes fantásticos que se podrían tener, a mi dueña le haya tenido que tocar la habilidad de atraer a las nubes. Estoy segura de que si le subvencionan un viaje al Sáhara en dos semanas lo convierte en un vergel.

De ahora en adelante cuando haga un tiempo de perros pregúntense si mi humana anda cerca (por cierto, ¿qué culpa tienen los cánidos de que llueva? Como siempre, los simios escurriendo el bulto y echando la culpa a otros del cambio climático). Por mi parte, cuando me pongo a pensar en que nuestro próximo destino se encuentra en una laguna me tiemblan las patas. Visto lo visto, el furor natatorio de mi humana ya no me parece en absoluto desacertado.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Norberaren gela

Un día de octubre de 2007 llamaron a la puerta de mi ama. Solamente lo hicieron una vez, pero contrariamente a lo que se suele decir era el cartero. La frase hecha, en realidad, se refería a que el cartero pasa más de una vez por el mismo sitio, de manera que a los pocos días, como en un déjà vu o en un día de la marmota postal, el mismo paquete volvió a ser entregado en manos de mi dueña.

Aquel paquete duplicado y doblemente inesperado contenía dos libros (o cuatro, según se mire), seleccionados cuidadosamente por su remitente.  Desde uno de ellos una lúcida escritora defendía la educación y la autonomía creativa de las mujeres. Decía a woman must have money and a room of her own if she is to write fiction y lo decía con conocimiento de causa porque ella poseía ambas cosas.

Han pasado casi cinco años y medio. La puerta de mi ama es distinta, el cartero ya no la visita (quizás porque el telefonillo no funciona) ni tampoco recibe regalos sorpresa. Mi dueña tiene su propia habitación y su propia soledad elegida, y esta soledad es muy distinta de la impuesta por muros de incomprensión o la construida en torno a la ausencia de otra persona. Últimamente se acuerda mucho de aquella escritora porque siente que la entiende un poco mejor. A veces, también, piensa con cierta sorna que, además de un cuarto, para escribir ficción es imprescindible tener a alguien que te haga la compra, te prepare la comida y ponga la lavadora.

Afortunadamente como yo tengo una humana que se ocupa de todo eso sí puedo aplicarme en seguir los consejos de Virginia. Y en mis ratos libres, por si mi ama se identifica demasiado con ella, registro los bolsillos de su abrigo.