jueves, 25 de julio de 2013

Fe de erratas

Este es un post escrito a dos voces: la de mi ama y la mía.

Anoche nada salió como estaba previsto. El eje se quebró.

Ayer a las 20:48 estábamos en Porta Faxeira esperando por una amiga cuando comenzaron a pasar coches de policía. Nos preguntamos qué habría sucedido para que hubiese tanto revuelo, pero no le dimos importancia. Nos apresuramos hacia la plaza porque habíamos escuchado que a las 21:15 la cerrarían al público. Conseguimos entrar por debajo de Raxoi y tras algunas fatigas localizamos a varios amigos frente a la puerta de San Xerome. Nos sentamos, nos pusimos cómodas y nos aprestamos a aguardar dos horas y media.

A las 21:00 mi dueña recibió un whatsapp de su prima: Ha descarrilado un tren que venía de Madrid y nosotros estamos en Órdenes parados. Hay muertos. A partir de ese momento los móviles comenzaron a echar humo. Las líneas se saturaron. Las informaciones empezaron a agolparse frenéticamente, en ocasiones en abierta contradicción. Seis muertos; aquí dice que diez; no, son doce; ya van veinte. Jamás las matemáticas son más demoledoras que cuando recuentan vidas.

Al rato la muchedumbre empezó a agitarse con el mismo murmullo, hecho de duda e incredulidad: los fuegos se suspenden. La gente empezó a desalojar lentamente la plaza entre el estupor y el desconcierto general. Por megafonía anunciaron que se cancelaban los festejos previstos para aquel día y lentamente la conciencia de la gravedad de la situación empezó a hacer mella en todos los presentes. Un nuevo llamamiento cobró entonces fuerza como un golpe de realidad: hacía falta sangre.

Mientras, Whatsapp seguía recibiendo datos de diferentes fuentes, compartidas en voz alta con todos los demás. Nuestra percepción del suceso se modelaba en base a la calidad de nuestra tarifa de datos y a la frecuencia de las actualizaciones de nuestros informantes del otro lado de la pantalla. Se baraja la posibilidad de un atentado. Algunos testigos hablan de una explosión en uno de los vagones, otros dicen que el tren iba demasiado deprisa al dar la curva. El Campus está siendo desalojado por una amenaza de bomba. Es demasiada coincidencia que esto suceda esta noche, antes de la fiesta. Las teorías conspirativas se dispararon mientras la tensión aumentaba. De camino al Centro de Transfusión de Galicia nos detuvimos a ver las primeras grabaciones del accidente porque, paradójicamente, en la era de la imagen todos dependíamos de palabras.

Cuando llegamos a Monte da Condesa las colas eran abrumadoras. Parecía como si la ciudad en pleno quisiese paliar su impotencia ante la tragedia cediendo bolsas de vida. Las cifras seguían subiendo inexorablemente y en los rostros se leía la desolación y la conmoción. Mi dueña abrazaba periódicamente a sus amigos porque, aunque no se lo dijera, tocarlos era su forma de comprobar que efectivamente ellos estaban bien. Quizás, también, era su manera de sacudirse el miedo y la incertidumbre del cuerpo. De poder respirar hondo. ¿Y si…?

Conforme la noticia fue saltando a los medios los móviles dejaron de filtrar únicamente los datos del desastre para convertirse en receptores de la inquietud de quienes estaban lejos. La misma pregunta, incansable y ansiosa, llegó desde Granada, Madrid, Asturias, Brasil, Estados Unidos, Italia o Inglaterra: ¿Estás bien? Sí, nosotros sí; en aquel momento aquella respuesta parecía desgarradoramente insuficiente.

La marea de donantes desbordó los medios disponibles. Aquellos que nunca habíamos donado o no pertenecíamos a los grupos prioritarios (o éramos roedores) fuimos invitados a venir en días sucesivos. Supongo que me habría costado un poco convencerles de que yo también quería ayudar, aunque como la mayoría parecíamos sonámbulos tal vez no se habrían extrañado demasiado de toparse con una ardilla solidaria.

Dos horas después regresamos al centro. Con un trémulo estertor, el móvil de mi dueña agotó su batería y se quedó inerte y mudo. Apenas habían pasado cuatro horas desde el descarrilamiento pero parecían las cinco de la mañana. Era inútil marcharse a casa a no dormir, así que tras reunirnos con la prima de mi ama nos dedicamos a vagar sin rumbo por una ciudad de luto en la que la alegría de las atracciones de la Alameda parecía forzada y la retirada de los fuegos artificiales un testimonio más del drama invisible que estaba teniendo lugar en los hospitales y sobre las vías del tren. En el Obradoiro, a las dos de la mañana, un grupo de peregrinos mantenían encendidas unas cuantas velas en una vigilia improvisada y emocionante en su sencillez.

Hoy ha sido el día del Apóstol más triste de nuestras vidas. Para mí era el primero, pero para mi ama ha sido la antítesis de todo lo que significa para ella. Cuando pasamos por la plaza la sorprendí observando la fachada oscura de la catedral y en su mirada dolorida me pareció ver un silencioso interrogante dirigido a la figura de piedra, impasible, que la contemplaba llena de ilusión y expectativas unas horas antes.

Creo que en el fondo, muy en el fondo, mi dueña se estaba mordiendo los labios para no murmurar, irracionalmente: Me has fallado.

Y yo en el fondo, muy en el fondo, viéndola romperse en el lugar que más quiere, me contuve para no llorar las lágrimas que ella todavía no ha sido capaz de verter.



[Gracias por cada mensaje, por cada whatsapp, por cada e-mail y por cada llamada. Gracias por la preocupación, por las palabras, por el cariño; gracias por cruzar océanos y saltar fronteras para estar aquí en espíritu].

miércoles, 24 de julio de 2013

Eixo

Cada 365 días, aproximadamente, la Tierra da una vuelta completa sobre su eje. Una peonza gira a velocidad variable en torno a la punta metálica de su extremo inferior y una noria da vueltas incansablemente alrededor de su centro. Para trazar circunferencias, los compases necesitan un punto fijo.

Los seres humanos, aunque disimulen, también.

El eje de mi ama es una intersección geográfico-temporal. Veinticuatro de julio, once y media de la noche, Praza do Obradoiro. La plaza está abarrotada y la muchedumbre comienza a ponerse en pie. De pronto estalla una bomba de palenque, y la oscuridad se cierne sobre una venerable anciana de granito. A sus pies ronronea un océano de sombras cuyas olas levantan la espuma de miles de flashes. Las piedras, un poco sordas tras tantos siglos de humedad, aguzan el oído. El espectáculo va a comenzar.

En ese momento preciso para mi dueña no importa lo que haya sucedido a lo largo del año anterior ni lo lejos que se haya ido. Tampoco importa lo que venga detrás. Si logra regresar, si consigue estar allí, esperando la medianoche en medio del gentío, entonces el mundo está en orden y ella está en paz. Puede disolverse entre la música, la luz y la pólvora, olvidarse de sí misma y sentir que la ciudad que vibra bajo sus pies late al mismo compás que la caja de resonancia arrítmica que lleva en el lado izquierdo del pecho. Esa noche es el referente que la mantiene en pie durante los otros 364 días, el que le permite subirse a cada avión, a cada tren o a cada autobús con la promesa de que habrá un camino de estrellas guiándola a casa cuando llegue julio.

Los últimos once meses han estado llenos de vida. Han sido una experiencia increíble e irrepetible: dos continentes, tres países, tres hogares, siete cajas, una decena de maletas, cientos de personas e innumerables recuerdos. Hemos sido afortunadas y privilegiadas (sobre todo mi ama, por tenerme a mí) hasta el punto de que todavía nos cuesta un poco creernos que estas aventuras hayan sucedido realmente.  ¿Qué mejor colofón para un año como este que despedirlo con un estallido de fuego y luz?

Pero esta noche darán igual los kilómetros recorridos, las páginas escritas y las fotografías robadas. Esta noche en el Obradoiro seremos todas las versiones que fuimos y todas las que estamos por devenir, sin clasificadores temporales. Seremos de lluvia y piedra, peregrinas retornadas y emigrantes arraigadas.  Sí, incluso yo, ardilla pardilla y viajera, creo que me he vuelto un poco picheleira. Porque esta noche en Santiago todo es posible: hasta que los roedores escépticos creamos en la magia.

sábado, 20 de julio de 2013

Sliding Doors

¿Qué habría sucedido si hoy la realidad se hubiese desdoblado en dos?

En una habría habido un punto y aparte y en otra un punto y seguido.

En una habría habido despedidas, quizás lágrimas, mientras que en otra simplemente cordiales besos en mejillas y deseos de regresos tranquilos.

En una habrían sonado melodías nostálgicas y tal vez desgarradoras en su belleza; en otra, ritmos festivos y joviales.

El camino a casa habría estado jalonado de recuerdos y miradas atrás, o por el contrario simplemente se habría teñido de rutina.

En ambas realidades habría hecho un calor endemoniado y nos habrían picado los mosquitos.

Y en ambas, inevitablemente, hay maletas en proceso.






jueves, 11 de julio de 2013

Messaggio in bottiglia II

Algunos dicen que hay alrededor de 400.
Otros alzan la cifra hasta rondar los 450.
La mayoría tienen solamente un único ojo pero algunos, pocos, tienen dos o incluso tres.
Cuatrocientos ojos son muchos ojos.

En Venecia es difícil escapar de la mirada escrutadora de un puente.

Cada puente, además, custodia un beso.
A veces se oculta entre las claves de un arco; otras, te acecha tras el segundo peldaño o el quinto balaústre de una barandilla.
No hay dos iguales.
Puede tratarse de un casto ósculum en la frente, de un tentador basium o de un libidinoso savium.
Eso solamente se averigua encontrando cada uno.


Si te atreves, te reto a coleccionar los cuatrocientos.


[mensaje proveniente de un portaesencias de cristal de Murano abandonado junto a la Corte Stupenda, en las inmediaciones de San Marco].