sábado, 13 de abril de 2013

Agur

Querida Bilbao, sempiterna ciudad nubosa:

Te escribo mientras un coche con tres bípedos y mucho equipaje atraviesa velozmente valles y colinas intensamente verdes. Esta mañana decidiste sorprendernos con un sol radiante, y quiero pensar que regalarnos un último recuerdo soleado es tu manera de despedirnos con una sonrisa.

Apenas puedo creerme que hayan pasado tres meses desde que mi ama y yo buscábamos casa y nos desorientábamos cada vez que llegábamos a Santutxu por una calle distinta. Me pregunto si una de las múltiples características propias de Euskadi será que los días tengan menos horas y las horas menos minutos. El caso es que aquí estoy, contemplando el paisaje desde mi mochila azul y pensando en que hace solamente diez minutos esa misma mochila me servía de lecho improvisado camino de Madrid. Me voy con la sensación de haberme dejado cosas en el tintero; o quizás, más que cosas, permanencias pendientes: paseos irrealizados, ratos de escritura pospuestos, nocturnidades intuidas, amistades esbozadas e infusiones desaprovechadas compartiendo manta con mi bípeda en el sofá.

Pero no creas que me estoy lamentando. Al contrario, me has enseñado muchas cosas en este tiempo. He aprendido que mi dueña y yo podemos convivir solas, armoniosamente y sin matarnos por mucho que ella se pase la vida monologando en sueños; he visto lo que pueden crear los humanos sobre una hoja de papel para olvidarse de una realidad sórdida y angustiosa; he ampliado mis horizontes en lo que respecta a la moda ciliar y al etiquetado de la fruta de temporada; y he descubierto, para desgracia de mi ama, que el Jonan no existe, son los padres. Hemos recibido a catorce visitantes a lo largo de trece fines de semana, lo que arroja una media de prácticamente un invitado por semana. Quién iba a decir que Bilbao sería un destino más popular que Nueva York… visto lo visto, quizás tuvieras razón al autodenominarte capital del mundo.

Me marcho, y lo hago sin tristeza porque tengo la sensación de que tú y yo volveremos a vernos en algún punto cercano del futuro. Quizás no como residentes, pero desde luego sí como viejas amigas. Todavía no he explorado a fondo todos los árboles de Artxanda. Y además, Urtxintxa me ha prometido que la próxima vez que venga a visitarla subiremos juntas al Pagasarri. Oso ondo, así será.

Eskerrik asko eta laster arte!


miércoles, 10 de abril de 2013

Etxeak

Hay viajes circulares que terminan del mismo modo que empezaron. Su circularidad les otorga una cierta apariencia de perfección, de ciclo cumplido. Todos los hilos sueltos se van atando paulatinamente, los flujos se invierten, y al final queda solamente una sensación de paz y de quietud serena flotando en el aire.

A veces también hay vidas cíclicas. Vidas que comienzan con una o dos maletas, con tres o cinco cajas, de las que surgen expectativas, recuerdos, lugares, olores y personas. Juntos pueblan un espacio, se apropian de él y lo convierten en suyo durante un período limitado. Su presencia difumina la sutil línea que diferencia un inmueble de un hogar.

Pero un día el final deja de ser horizonte para convertirse en pasado mañana. Dan comienzo las últimas veces, la planificación de menús y lavadoras pendientes, el doblado y el empaquetado, hasta que tu existencia vuelve a reducirse a una sucesión de paralelepípedos. El vacío es el mismo que había cuando llegaste, pero ahora es un vacío hecho de ausencia y no de intuiciones de presencias. Tus pasos parecen resonar con mayor reverberación por el mero hecho de haber quitado las postales de la nevera o haber descolgado el calendario de la pared. El chasquido de la cerradura empieza a sonar como esa puerta borgiana cerrada hasta el fin del mundo.

Habrá tiempo de soñar con nuevas cerraduras, pero no será esta noche. En nuestro salón hoy hay cuatro cajas y dos maletas. Y mucho silencio. Y mucho eco. Y la certeza de que las casas se olvidan de nosotros con mucha mayor rapidez que nosotros de ellas.

sábado, 6 de abril de 2013

Aste Santua

A estas alturas todos sabemos que los humanos tienen un punto lunático que en ocasiones los hace entrañables y la mayoría de las veces simplemente irritantes. Pues bien, la semana pasada también descubrí que su demencia puede provocar otra emoción distinta: terror.

Empecé a sospechar que los bípedos tramaban algo un viernes noche. Comencé a escuchar un tamborileo y una música ligeramente estridente, y por un momento pensé que íbamos a jugar al escondite con Santa Águeda otra vez, pero no. Media plaza estaba invadida por unos seres vestidos con unas túnicas largas hasta los pies y unas capuchas puntiagudas ocultándoles el rostro. Algunos incluso iban descalzos. Eran demasiado altos para ser gnomos, y sus sábanas estaban demasiado limpias para ser fantasmas, así que deduje que eran bípedos disfrazados.

Si la cosa hubiera quedado ahí no me habría inquietado. En Bilbao son muy dados al camuflaje. El caso es que unos días más tarde me volví a topar cerca del Ayuntamiento con otra pandilla de encapuchados, aunque ahora vestidos de un color distinto y tirando afanosamente de un carro con figuritas encima. Eso ya me pareció bastante más raro, especialmente porque no parecían transportar una mercancía con un destino determinado sino más bien pasearse con ella al hombro.

El misterio de los carros no se aclaró hasta unos días después, cuando mi ama y yo nos fuimos de excursión a otra ciudad distinta. En su plaza mayor había un montón de ellos expuestos al público y pude pararme a observarlos con más calma. Ojalá no lo hubiera hecho. Estaban cargados de esculturas de bípedos padeciendo toda clase de torturas: a uno lo azotaban maniatado a una columna, o otra le clavaban puñales en el pecho, otra lloraba desconsoladamente y para rematar ¡hasta había uno claveteado a una cruz!


Reconozco que no soy la mayor defensora de los simios sin pelo, pero incluso yo, con mi poca simpatía y tolerancia con sus rarezas, sufriría contemplando un espectáculo como ese. ¡Y ni siquiera pertenecen a mi misma especie! Cómo pueden los humanos reunirse para ver desfilar estas exhibiciones de dolor físico es algo que se escapa totalmente a mi comprensión.

Pero lo que verdaderamente me tiene aterrorizada es que me ha dado por pensar que si los bípedos son capaces de hacerle esto a sus congéneres y contemplarlo sin inmutarse, ¿qué no le harán a un ser que no sea de los suyos?

¿No sería más correcto referirse a las animaladas como humanadas?


viernes, 5 de abril de 2013

¡Extra! ¡Extra!

¡Desde hoy Volunti Robles tiene su propia cuenta de correo electrónico!

A partir de ahora quien quiera ponerse en contacto conmigo puede hacerlo escribiendo a ardillapardilla@gmail.com o haciendo click en la opción “Email” dentro de mi perfil de Blogger. Se admiten todo tipo de temas - excepto la zoofilia entre especies distintas porque para eso ya hay webs especializadas que viven de ello -, desde debates sobre los mejores destinos de hibernación, intercambios de recetas con frutos secos, y por supuesto el desahogo de las lógicas frustraciones derivadas de convivir con humanos.

Eso sí, quiero recordar a todos los presentes que soy una ardilla de tres garras, por lo que pido humildemente que nadie se impaciente si tardo un poco en responderle… Los bípedos poseen cuatro apéndices dactilares de ventaja así que si nos ponemos a hacer cálculos de pulsaciones por minuto las matemáticas son demoledoras en mi contra.

¡Espero vuestras noticias!