miércoles, 25 de marzo de 2015

Bolig

Por si alguien pensaba que tras mudarnos al apartamento sin cocina ni plato de ducha nuestras aventuras inmobiliarias se habían apaciguado por una temporada, debo advertirle que se ha equivocado de medio a medio. Diría que más bien ha sido lo contrario.
Rebobinemos:
Cuando nos mudamos al piso anteriormente descrito, sabíamos que podíamos permanecer en él solamente hasta finales de febrero puesto que nuestra estancia terminaba el 28 de ese mes. Sin embargo, a menos de una quincena para cumplirse el término de la estancia, los planes cambiaron: nos quedábamos todo marzo. Y eso, por supuesto, volvía a generar un problema de alojamiento.
Se negoció la posibilidad de seguir en este piso, pero solamente resultaba factible quedarse hasta el día 6 y después del 16 de marzo hasta el 31, dado que en esos diez días intermedios la casa ya estaba comprometida para otros ocupantes. Sea. Mi dueña, por suerte para nosotras, recibió la generosa oferta por parte de una amiga de quedarse una semana en su casa, de la cual cuatro días los pasaríamos en cualquier caso fuera del país por motivos laborales.
Así pues, ni cortas ni perezosas, entre el 5 y el 6 movimos todas nuestras cosas por Copenhague adelante. Ese fue el día en el que mi ama se sintió la peor persona del mundo por ocupar con sus bártulos el espacio reservado para los cochecitos de bebé, lo que obligó a una frustrada madre a bajarse del autobús porque no había espacio suficiente para su carro y nuestras Samsonites.
El 7, tal y como estaba previsto, cogimos una maleta de mano y pusimos rumbo a Londres durante cuatro días. Esto también explica mi silencio durante parte del mes, no todo es culpa de la acaparadora de mi humana.
A nuestro regreso, el día 10, nos encontramos con un correo electrónico con novedades: los supuestos ocupantes del apartamento habían llegado, lo habían visto y habían decidido que no les gustaba, así que la casa volvía a estar libre si la queríamos. Esta vez, sin embargo, ya no podíamos quedarnos hasta el 31 sino hasta el 27 por la mañana, dado que a la semana siguiente eran las vacaciones de Pascua y la señora de la limpieza tenía que dejarlo todo listo antes de marcharse.
Por lo tanto, el 10 volvimos a recoger la llave, fuimos a por nuestras pertenencias y las trajimos una vez más, en un par de viajes de autobús, hasta el mismo punto de partida. Al final de esa jornada mi ama no tenía espalda y debo decir, con hondo pesar, que las ardillas no estamos nada bien dotadas para dar masajes de hombros y cuello.
Hoy hemos vuelto a mudar casi todo al piso de la amiga de mi ama, que tiene más paciencia que el santo Chop. Mañana llevaremos lo que queda y a última hora devolveremos la llave, esta vez definitivamente. Nos alojaremos con esta amable bípeda hasta que termine marzo, fecha en la que volveremos a casa.
Podría pensarse que con esta cuarta mudanza liquidamos el asunto, ¿verdad?
¡Error otra vez!
El lunes volvemos a mudarnos.
¿A dónde? ¿Por qué?
Resulta que el plan original ha vuelto a sufrir modificaciones, y ahora permaneceremos en Dinamarca hasta finales de junio. Lo bueno es que, si las cosas salen bien, no tendremos que volver a movernos en esos tres meses porque mi dueña se ha hartado de tanta ida y venida y se ha buscado una habitación en la que poder quedarse durante noventa días ininterrumpidos. Esa será la mudanza que nos toque el lunes, si bien no podremos tomar posesión de nuestro nuevo hogar hasta que regresemos a Copenhague tras las vacaciones.
Por si cinco mudanzas en tres meses pudieran antojarse asuntos de poca importancia, a lo León Felipe, permítaseme recordar que el apartamento en el que hemos pasado la mayor parte de estos dos meses no tiene lavadora. Eso implica que aproximadamente cada semana y media mi dueña se ha dedicado a meter su ropa sucia en una maleta de mano y a arrastrarla por la ciudad. Objetivo: lavarla en casas de amigos con secadoras. Sin ellos y sin su ayuda estos tres meses habrían sido bastante menos divertidos y considerablemente más penosos, así que tengo que agradecerles que no hayan permitido que mi dueña fuese hecha una zarrapastrosa por Dinamarca adelante ni haya tenido que dormir bajo ningún puente. Y eso que aquí, como en Venecia, hay unos cuantos.


Børn

Los minidaneses son unas criaturitas fascinantes. Dinamarca está plagada de ellos, o al menos eso es lo que parece porque, a pesar de que la tasa de fertilidad del país no sea muy alta, allá donde vayas todo está adaptado y pensado para que ellos puedan integrarse en casi todas las actividades desarrolladas por sus padres. En las cafeterías es frecuente que haya una mesa con juguetes, o una esquinita reservada para sus correrías; en los autobuses hay una zona especialmente reservada para sillas de ruedas y cochecitos, que tienen preferencia sobre las bípedas con varias maletas, una mochila y dos bolsas de plástico (pero esto lo dejo para el próximo post), y en las piscinas hay parques, cambiadores y sillas disponibles para llevar a tu bebé hasta la orilla de la piscina reservada para ellos. Decididamente son buenos tiempos para ser mini simio en Dinamarca.
La educación danesa, además, tiene algo que me llama poderosamente la atención por contraste con lo que he observado en otros países en los que he cuidado de mi ama: no hay gritos. Evidentemente los bipeditos se cansan, se ponen de mal humor y protestan. Como es lógico, cuando son muy chiquitines berrean lo mismo que cualquier humano del planeta. Lo llamativo es que sus padres o guardianes nunca levantan la voz. No pierden la calma. O, si lo hacen, yo no he detectado que lo exterioricen a base de chillidos. Se ponen serios, les llaman al orden y les explican lo que no deben hacer, pero sin agresividad. Como ardilla completamente ignorante en materia de pedagogía debo decir que es una técnica que me tiene muy favorablemente impresionada.
Por otro lado, he observado que los progenitores daneses suelen ser bastante permisivos a la hora de supervisar la exploración de sus pequeños. Como es de suponer, los mantienen siempre a la vista, pero si el renacuajo en cuestión se aleja un poco por su cuenta no salen corriendo detrás de él por miedo a que le suceda algo. Esto también me desconcertó un poco las primeras veces, acostumbrada como estaba a toparme con humanos escoltando permanentemente a sus retoños.
Ahora bien, las costumbres educativas danesas también tienen su dosis de originalidad. Por ejemplo, es habitual que los humanos dejen a sus crías de pocos meses durmiendo en el cochecito, en plena calle, mientras ellos toman algo o comen en el interior de un establecimiento. Por norma general suelen dejarlo pegado al cristal junto a la mesa en la que se sientan, de modo que no es que se desentiendan del lactante en cuestión, pero desde luego se me antoja una peculiaridad impactante. Si esto sucediera en mitad del verano puede que me sorprendiera menos, pese a que me seguiría llamando la atención que dejasen al niño solo, pero es que se practica especialmente en invierno, aunque afuera estemos a cero grados. Es más, se supone que esto se hace para fortalecer a esa personita de cara al futuro y lo raro y censurable, en este país, es no dejar al bebé ventilándose mientras uno se toma un café. Será gracias a eso que después una se topa con danesas en minifalda y zapatitos de tacón caminando como si nada cuando mi ama lleva tres capas, calcetines térmicos, botas de nieve y un abrigo que prácticamente la dobla en volumen.
O eso, o la Sirenita de Eriksen,-a su vez inspirada por la de Andersen-, está basada en hechos reales: ¿tendrán las danesas escamas bajo la piel?


jueves, 12 de marzo de 2015

Forsvinden

"¿Dónde está Volunti?" se preguntan en las calles y plazas de villas y ciudades.
"¿Le habrá comido la lengua el gato?" murmuran con preocupación las comadres en las esquinas. "Con tal de que no se la haya comido a ella..." replican voces sin cuerpo desde portales umbríos.
"Estará recuperando el sueño perdido por no haber hibernado". "Se habrá cogido vacaciones". "Estará aburrida de escribir". Las teorías se suceden, la inquietud va en aumento, el silencio se eterniza.

Sí, ya lo sé, soy una megalómana.
En fin, soñar es gratis.
(Y con mi ama, además, retransmitido).

El caso es que mi desaparición tiene una explicación mucho más sencilla que cualquiera de las especulaciones anteriores. Por mucho que me cueste admitirlo, mi dueña es la que lleva los pantalones en nuestro dueto discordante, entre otras cosas porque una ardilla con vaqueros quedaría bastante ridícula (ya discutimos los males de humanizar a roedores aquí). La prebenda de ser la portadora de prendas textiles se traduce en que cuando ella reclama el portátil no hay garras, mordiscos ni lametones que valgan: hay que cedérselo.
Por desgracia para mí, mi humana lleva casi un mes haciendo valer sus derechos sobre los míos, lo que significa que cuando volvemos a casa monopoliza el ordenador hasta la hora de irse a dormir. ¡Así es imposible mantener un blog actualizado! Esta noche, por fin, he conseguido arrancarle el teclado de las manos durante media horita para informar a todo el que me siga que mis aventuras no han concluido todavía y que, si quiere seguir acompañándome, hay nuevos capítulos en preparación. Aún no hemos hablado de mi primera visita a un templo de señores con turbante, ni de cómo son los minidaneses, ni de nuestras últimas penurias inmobiliarias. Por no mencionar que nos escapamos del país unos días, ¡aunque por poco nos dejan en tierra!
Todo eso y, esperemos, mucho más, en próximas entregas.

Cambio y corto, que mi ama comienza a impacientarse.
¡Quita, pesada, que ya voy! (me está dando tironcitos de la cola).