Esta ardilla lleva un tiempo desaparecida, pero quisiera
aclarar que mi silencio no se debe a la desidia sino al agotamiento: desde hace
tres semanas mi ama me tiene al borde de la extenuación. Justo cuando comenzaba
a confiarme y a pensar que quizás se había rehabilitado, mi dueña ha sufrido
una recaída en sus antiguos hábitos:
Se ha vuelto a mudar.
Además no ha sido una mudanza cualquiera, qué va. La muy
desgraciada se lo ha tomado con parsimonia y ha tardado una semana enterita en
trasladarse desde nuestra habitación de los suburbios a nuestro nuevo
apartamento al lado del centro.
He aquí, pues, la hoja de ruta de una mudanza isleña:
Días -5 a -1: empaquetado y recogida de ropa y objetos
personales. Entre cajas y maletas varias mi humana se fue dedicando a notificar
de su cambio de residencia a un nutrido grupo de simios a los que no conocía de nada, aunque no he acabado
de entender para qué dado que ninguno de ellos ha venido a visitarnos por
ahora.
Día 1: recogida de llaves e inventario. La primera tarde en
el piso mi dueña, una amiga suya y yo estuvimos entretenidísimas jugando a las
siete diferencias si bien, en este caso, se trataba más bien de setecientas
porque cualquier parecido entre la descripción del estado del piso contenida en
el documento y sus condiciones reales eran pura coincidencia. Ahora tenemos un
bonito álbum en el portátil con fotos de paredes, mesillas de noche y armarios.
Y de mugre. Mucha mugre.
Día 2: limpieza. Las muestras estratigráficas obtenidas de
las varias capas de grasa del horno nos permitieron afirmar sin lugar a dudas
que los primeros contactos entre dicho electrodoméstico y un estropajo tuvieron
lugar cuando mi ama introdujo una mano enguantada hasta el codo dentro del
habitáculo. Veinticuatro horas más tarde y una botella de líquido corrosivo,
inflamable y altamente tóxico después, teníamos un horno nuevo y una bípeda un
poco colocada por inhalación de productos químicos (la bañera también se pasó
más de un día marinando en lejía).
Día 3: compra de mobiliario y más limpieza. Lamento decir
que una ardilla no es el animal de carga más eficiente para mover bultos; somos
casi perfectas, pero la perfección no pasa por arrastrar cajas. Por suerte para
mi ama, uno de sus nuevos amigos bípedos se ofreció generosamente a ayudarla.
Allí nos fuimos a por lámparas y espejos, microondas y armaritos de baño. Al
volver, como premio, más limpieza. ¡Estoy de limpiar cristales con la cola
hasta la punta de las orejas!
Día 4: el colchón. Gracias a la desinteresada ayuda de otra
humana, mi dueña consiguió al cuarto día tener una superficie mullida sobre la
que poder dormir cuando lográsemos que todo lo demás estuviese habitable. Lo
celebramos con una brownie de chocolate y, cómo no, limpiando. También hubo que
redactar un inventario nuevo, esta vez basado en hechos reales, informando a la
agencia de que a) son miopes y b) esas cosas amarillas absorbentes se llaman
bayetas.
Día 5: traslado de cajas y maletas, abastecimiento de
comestibles. En su línea de seguir abusando de la amabilidad de los simios (y
roedores) de su entorno, mi ama reclutó a otro bípedo distinto con coche para
llevar sus efectos personales desde nuestro antiguo piso al nuevo. Cuando llegamos
a la casa nueva el repartidor del supermercado estaba esperándonos a la puerta
porque había llegado diez minutos antes de la hora pactada para la entrega. Nos
congratulamos de la puntualidad de ambas partes fregando el interior de la
nevera y del congelador.
Día 6: recepción y montaje de un escritorio y, por supuesto,
más limpieza. Por suerte a última hora de la tarde mi ama me permitió echarme
una carrera por la hierba que tenemos delante de casa, porque no todo en este
piso podía ser malo.
Día 7: adquisición de menaje y término oficial de la
limpieza. Y al séptimo descansó, que suele decirse. Pero no. Mudarse a una casa
nueva al parecer es bastante más laborioso que crear un universo, probablemente
porque el universo viene limpio de fábrica.