Mi dueña me leyó un cuento hace tiempo, cuando vivíamos en
Madrid. En él dos niños salían con su padre al bosque en jornadas sucesivas,
dejando tras de sí un sendero marcado inicialmente con piedrecitas y después
con migas de pan. La primera vez lograron regresar a casa sin problemas, pero
en la segunda ocasión los pájaros se comieron las migas y los dos hermanos se
perdieron irremisiblemente en la espesura.
Nosotras también nos vamos a internar en un sitio verde y
lleno de árboles. Pese a que a priori esta perspectiva no debería disgustarme (y
no lo hace), soy consciente de que mi dueña no es tan buena rastreadora como
yo. Cada vez que nos vamos nunca sé si lo que arroja tras sus pasos son piedras
o migas.
Si son piedras, entonces no hay de qué preocuparse y esta
entrada por sí misma no tiene razón de ser. Si son migas, en cambio, temo que la lluvia
incesante de nuestro nuevo destino las disuelva y, de ese modo, confunda
nuestro camino. Por esto, porque no me fío de mi humana para ser capaz de
volver sola, es por lo que os pido vuestra colaboración:
Enviadnos migas de celulosa plagadas de garabatos, rígidas y
satinadas, o dentro de sobres de colores (sabéis de su debilidad por el azul).
Enviadnos migas que hagan vibrar un móvil y dibujen sonrisas. Migas que suenen
a vuestro último descubrimiento musical, que nos enseñen nuevos pasos de baile
y que comenten el episodio semanal de una serie que seguimos a la vez aunque
estemos a más de mil kilómetros de distancia. Enviadnos migas con sabor a casa
y a otras estaciones, migas que nos cuenten qué ha cambiado y qué no, en dónde
beberemos nuestro próximo chai juntos, quiénes sois ahora que no podemos
presenciar vuestra evolución diaria. Enviadnos migas con nimiedades, con
tonterías, con detalles insignificantes y cotidianos que os parezcan
irrelevantes pero que nos sirvan para transportarnos allá donde estéis. Porque
cuando estemos lejos y solas necesitaremos saber que todavía no nos habéis
olvidado, que todavía no nos hemos borrado por completo de vuestro presente, que
aún importamos. Enviadnos migas que nos recuerden que todavía tenemos un hueco porque,
para querer encontrar el camino de vuelta, lo primordial es tener un destino al
que regresar.
Lo mismo funciona a la inversa. No hay que olvidar que cada
dirección tiene dos sentidos. Enviad migas, por favor, que yo corresponderé con
bellotas, castañas y palabras, y mi dueña, conociéndola, con retahílas de sinsentidos,
onomatopeyas y tulipanes de papel. Me comprometo a morderla en las orejas cuando
parezca no escucharos y a guiar sus dedos con mis garras si tarda en
responderos, pero no dudéis de su memoria ni siquiera en los silencios. Enviadle
migas dentro de seis meses, de un año, o de cinco, porque ella seguirá
preguntándose qué tal estáis. Ambas somos endiabladamente tercas sumando y
rematadamente malas restando. De este modo tal vez dentro de seis meses, de un
año, de cinco, os narraremos otro cuento en el que una viajera y una ardilla lograron
volver a su hogar siguiendo las ráfagas luminosas de los faros que encendieron
aquellos que nunca permitieron que se marchasen del todo.
Próximas entregas del otro lado del Canal de la Mancha.