jueves, 18 de mayo de 2017

Characterisation

– Quiero ser el personaje de uno de tus cuentos.

Lo dijo con una sencillez sentenciosa, similar a la de cierto niño que le pidió a un aviador que le dibujase un cordero.

– Podría ser un ladrón, un monje, un amante, un asesino…

La solicitud la pilló desprevenida, pero inmediatamente sonrió ante la candidez de las sugerencias. Ojalá fuera tan sencillo, pensó, pero nunca lo era. Sus personajes rara vez eran producto de un deseo previo, sino ocurrencias involuntarias, fortuitas y, en ocasiones, díscolas. Ella no era ninguna deidad creadora; a duras penas llegaba a demiurga. Con frecuencia se veía a sí misma como una simple traductora aferrada a un bolígrafo a través del que canalizar la existencia de entes invisibles circulando a su alrededor. No es que ella se los inventase sino que ya estaban allí, en alguna parte del éter, esperando a que alguien los rescatase de la nada para darles un esqueleto de letras. Sus personajes no eran construcciones meticulosamente calculadas dignas de encumbrados literatos: se parecían más a darse de bruces contra alguien por doblar la esquina leyendo la pantalla del móvil.

Entonces él, con lógica infalible y voz profunda de locutor de radio, replicaba que no le estaba pidiendo nada que ella no hubiera hecho antes. Algunos de sus personajes se habían inspirado en personas de carne y hueso, tan tangibles y reales como ellos mismos. ¿Por qué no podía incluirlo en su próximo texto? Ciertamente no debía de ser tan difícil. Si otros se habían filtrado con anterioridad en sus cuentos, él también podía aparecer en uno.

¿Cómo hacérselo entender? La mayor parte de las veces ella sentía que no tenía control alguno sobre lo que sucedía en la historia, ni sobre sus actores. Daba igual lo mucho que intentase orientar la acción hacia un rumbo determinado: cuando a un personaje no le daba la gana de obedecer sencillamente la boicoteaba. La cosa resultaba incluso más grave cuando escribía por encargo porque en esas ocasiones los personajes directamente hacían huelga y le retiraban la palabra. ¿Cómo explicarle que los relatos no pueden forzarse? ¿Que eran ellos quienes la elegían para que los narrase, y no al revés?

En ese momento, mientras ambos divagaban por aquel sendero de tierra a la orilla del río, algo le hizo cosquillas en los dedos. Allí escondida había una historia, pequeñita y modesta, brotando bajo la luz grisácea de las montañas galesas. No se trataba de ninguna novela épica, ni del siguiente best-seller de la temporada primavera-verano. En ella no habría ladrones, ni monjes, ni amantes, ni tampoco asesinos.

– Te prometo que escribiré algo para ti, aunque quizás no sea como te lo imaginas.