Mira por la cerradura. Del otro lado hay una luz cálida y
amarilla penetrando sesgadamente por la ventana de doble hoja para reptar
perezosamente por la madera del suelo. El cielo azul se refleja en el espejo
del cuarto, que se obstina en imitar el brillo del sol. Desde fuera se cuelan
algunos trinos de aves y risas de niños que, a veces, son intercambiables. El
silencio del espacio se adapta y moldea a sus inflexiones, expandiéndose y
contrayéndose para hacerles un hueco a su lado.
Sigue observando. La estancia está llena de tiempos felices:
tres cuartos de hora de esperanza, cuatro minutos y cuarenta y dos segundos de
alegría desbordante, hora y media de borboteo reconfortante que huele a refugio
y a memorias, tardes que se vuelven noches de conversaciones frente a una taza
humeante. Una humana y dos ardillas custodian y recopilan estos instantes para rellenar
las bombonas de oxígeno con las que la primera logra respirar hondo del otro
lado de las trece puertas que la separan del exterior.
A continuación fíjate más detenidamente: a nuestro alrededor
flotan palabras. Etéreas, invaden el aire con la misma liviandad que si
cabalgasen sobre pompas de jabón. Nos rozan la coronilla, la punta de las
orejas y el extremo de la cola antes de desvanecerse en gotitas invisibles que
dejan el eco de un perfume tras de sí. En ocasiones se nos posan sobre los
hombros y los hocicos, pero enseguida se escabullen, juguetonas, si intentamos
capturarlas. Si solamente tuviéramos una pluma lo suficientemente ligera para
perseguirlas y un soporte al que fijarlas sin asfixiarlas... A las palabras, ¿sabes?,
hay que cuidarlas sin intentar poseerlas. Son un poco felinas, así que son
ellas las que te eligen y las que deciden cuál es el momento adecuado para
tenderse a ronronear sobre tu regazo.
Aléjate del ojo de la cerradura, incorpórate y parpadea. ¿Lo ves ahora? Tu lógica te engaña; no vivimos solas. La soledad es un estado mental: no se convive con ella, sino que es ella quien habita y se alimenta de ti, si la dejas. Tras nuestra puerta de madera con números plateados cabe un universo densamente poblado. A fin de cuentas, donde sueñan tres, sueñan cuatro. Por eso, si quieres visitarnos, trae un candil encendido que disipe las nubes, un cazamariposas que enrede condicionales, una clepsidra que funcione con endorfinas… y zapatos de baile.
Aléjate del ojo de la cerradura, incorpórate y parpadea. ¿Lo ves ahora? Tu lógica te engaña; no vivimos solas. La soledad es un estado mental: no se convive con ella, sino que es ella quien habita y se alimenta de ti, si la dejas. Tras nuestra puerta de madera con números plateados cabe un universo densamente poblado. A fin de cuentas, donde sueñan tres, sueñan cuatro. Por eso, si quieres visitarnos, trae un candil encendido que disipe las nubes, un cazamariposas que enrede condicionales, una clepsidra que funcione con endorfinas… y zapatos de baile.