Storie Veneziane

En Venecia suceden cosas extrañas…
  • Hay ángeles que caen de terrazas cuando nadie se lo espera.
  • Los armarios se pueblan inexplicablemente de prendas a rayas.
  • Existen piedras ocultas tras sotoporteghi que conceden deseos.
  • La luz del atardecer se bebe en vasos mágicos que brillan en la oscuridad.
  • Un suspiro puede petrificarse y una novia volverse de madera.
  • Se juega al escondite en palacios del siglo XVIII custodiados por leones.
  • El espíritu de un misterioso gato blanco se pasea por callejas sombrías y silenciosas.
  • Surgen residencias casuales varadas junto a recuerdos de hace nueve años.
  • Los indultos penden del fino borde de mármol de una columna.
  • Una estrella de incógnito puede cruzarse inesperadamente contigo.
  • La peste duerme bajo una losa roja.
  • Los barquitos de papel flotan.

Esta es una ciudad plagada de historias; rumores, sucesos, leyendas y cuentos te asaltan de improviso como si se tratase de lo más natural del mundo.
La mayoría de ellos, sin embargo, no me pertenecen, así que me parece una bellaquería apropiármelos en la página principal del blog. Es por esto que he decidido crear una pequeña sección en la que narrarlos bajo demanda. Las radios programan canciones de sus oyentes y yo, historias.
Se abren, pues, los micrófonos: para solicitar la versión completa de alguna de las rarezas venecianas arriba citadas basta escribir a ardillapardilla@gmail.com 


¡Comenzamos! 

La luz del atardecer se bebe en vasos mágicos que brillan en la oscuridad 

Venecia tiene muchas cosas interesantes, como por ejemplo 120 iglesias, más de 400 puentes, un Gran Canal de entre 4 y 5 metros de profundidad - dependiendo de las mareas -, 425 gondoleros (¡tocan casi a uno por puente!) e incontables palomas. Venecia posee además una poción mágica, que tiene algo de brebaje todopoderoso y algo de filtro de amor, disfrazada de bebida inofensiva con nombre de turista alemán: spritz. 
Pero señores, las apariencias engañan, y el spritz concentra toda la aparente ligereza de los ocasos venecianos en un líquido rojizo o anaranjado en función del bando al que cada uno decida pertenecer. Cuidado, elegir Campari o Aperol no es solamente una cuestión de cromatismo o de sabor: para los venecianos representa toda una declaración de principios y una prueba de carácter. Es como ser de Cola-Cao o de Nesquik, o preferir el Kas al Schweppes: no se puede optar por uno de los dos a la ligera ni permanecer neutral. Mi ama ingenuamente se pregunta si el ingrediente secreto del spritz son unas gotas de elixir de la eterna juventud.
En Venecia existe también un lugar peculiar varado a la orilla del Gran Canal, muy cerquita de la caprichosa iglesia de la Salute, donde puedo entretenerme correteando entre las ramas de los árboles cuando los turistas no miran. Parecerá algo irrelevante, pero en esta ciudad es complicado encontrar jardines, y mucho menos árboles altos a los que encaramarse. En este sitio, decía, se alojan algunos de los habitantes más distinguidos y extravagantes de la Serenissima, desde una solitaria farola en una calle crepuscular a una vaca roja, pasando por un montón de manchas de colores. 
Durante el verano, el primer lunes de cada mes, estos insignes personajes abren las puertas de su residencia a propios y extraños para contemplar el anochecer desde la terraza, invitándonos a despedir el día con una copa del reconstituyente local. Lo hacen acompañados de música y de un infatigable séquito de mosquitos que amenizan la velada de todos los presentes, pero también de unos objetos hechizados. Aparentemente se trata de vulgares vasos de plástico; sin embargo, bajo el sol implacable de Venecia y activados por el atardecer líquido que contienen, estos refulgen en la oscuridad como pequeños fanales.
Esta ciudad, en efecto, tiene muchas cosas interesantes: posee más de 170 canales, casi 120 islas, un viajero legendario, un amante mítico y al compositor que sonorizó las estaciones. Pero en última instancia la verdadera grandeza de Venecia no aparece recogida en ninguna guía de viajes: se oculta, modesta y discreta, en el aire que flota cuando el sol se apaga del otro lado del Gran Canal.
 


El espíritu de un misterioso gato blanco se pasea por callejas sombrías y silenciosas

Se llamaba Nini y era de color blanco. Frecuentaba el Caffè dei Frari, un agradable local que lleva abierto desde 1870 y en cuyas mesas posiblemente podrían escribirse infinidad de relatos. Nini se dedicaba a cazar ratones en la iglesia de Santa Maria Gloriosa dei Frari y el Archivio di Stato, pero su hogar era el café, cuyo propietario, Antonio Panciera, también era su dueño.
Con el tiempo el níveo felino se convirtió en una pequeña celebridad y se granjeó la amistad de ilustres personajes de su época, como Giuseppe Verdi - quien incluso le regaló algunos apuntes de La Traviata -, los reyes de Italia Umberto y Margherita, el Zar Alejandro III, el Emperador Menelik II y el Papa León XIII. Todos dejaron su nombre registrado para la posteridad en el libro de visitas de Nini y cuando este murió, en 1894, su cortejo fúnebre contó con numerosos y reconocidos dolientes. Este "gentleman, white of fur, affable with great and small" tuvo hasta su propio panegírico, firmado por Horatio Brown: 

"What wit and learning died with you,
What wisdom too!
Take these poor verses, feline cat,
Indited by an Archive rat".

Lo que casi nadie sabe es que Nini, durante sus excursiones nocturnas, no pasea solo. Los humanos son poco perspicaces para estas cosas pero las ardillas, por la cuenta que nos trae, tenemos un sexto sentido en lo referente a los felinos. Incluso respecto a los que han pasado a mejor vida. Como buen gato italiano, Nini se dedica a cortejar a una gatita atigrada que casi no sabe maullar. Por eso Sissi se escapó por la ventana el primer día que llegamos: ¡tiene un pretendiente!
Por lo tanto no te asustes si una noche a altas horas, con la ciudad vacía y a oscuras y solamente el eco de tus pasos y el lejano tañido de las campanas como compañeros, ves la espectral y pálida figura de un gato caminando como si no tocase el suelo. Simplemente salúdale con una cordial y decimonónica inclinación de cabeza y, si te atreves, intenta acariciarlo. Lo bueno de los gatos fantasmales es que no pueden arañar.  



La peste duerme bajo una losa roja

Corría el año 1630 y la peste, ese temido mal de causas desconocidas pero de consecuencias tan palpables como desastrosas, asolaba Venecia. Los habitantes caían como moscas, diezmados por una enfermedad infecciosa entonces incurable cuyo largo período de incubación dio origen, precisamente aquí, al término cuarentena. 
Sin embargo, no toda Venecia cayó víctima de la peste. La Corte Nova, en Castello, tenía una aliada bastante más poderosa que las ratas y los humanos transmisores de la epidemia: nada más y nada menos que a la misma Virgen, erigida en protectora de todos sus habitantes gracias a una hornacina situada en el Sotoportego Zorzi. Cuenta la leyenda que fue su intercesión la que detuvo y derrotó a la enfermedad haciéndola caer ignominiosamente al suelo, donde hoy permanece cautiva bajo una losa de mármol rojo. 
La buena estrella de los habitantes de la Corte Nova no se detuvo ahí. Narran los anales que los hados que los protegen los preservaron también de las epidemias de cólera de 1849 y 1855, y por si la profilaxis sanitaria no fuera suficiente, también se libraron de los bombardeos austríacos durante la Primera Guerra Mundial. 
En conclusión, si alguien planea hacer una inversión inmobiliaria en Venecia, que valore la posibilidad de hacer una visita a la Corte Nova. Por cierto, dicen que trae mala suerte pisar la piera rossa, así que están ustedes avisados.